Julio César Izquierdo

Campos de Tierra

Julio César Izquierdo


Alameda

27/04/2024

Los recuerdos, frágiles en su densidad, afloran como las hojas secas que crujen bajo sus botas. Las tórtolas surcan los vientos en busca de nuevos horizontes. Parecen dibujar amigos que ya no están, con risas compartidas alrededor de fogatas e historias tejidas en las noches estrelladas, aunque sean horas inciertas. El cazador cierra los ojos y revive esos momentos, como si pudiera tocarlos con las yemas de los dedos. La alameda sigue inmutable. Los árboles, testigos silenciosos de su vida, permanecen firmes e inalcanzables. Las mismas ramas que una vez soportaron mutismos y confidencias ahora se alzan hacia el cielo, como guardianes de secretos. El atardecer pinta el mundo con añoranza. El cazador, absorto en sus pensamientos, observa la línea difusa entre el día y la noche. Y entonces, a lo lejos, vislumbra una figura. Una silueta que quiere danzar entre los sotos. Parece Tomás. Es Imposible. Él partió hace ocho años, víctima de una enfermedad implacable. Pero allí está, como un fantasma de la memoria, moviéndose con gracia. El cazador parpadea, incrédulo. ¿Acaso su mente juega trucos? ¿O es el espíritu de su amigo que regresa para despedirse? La sombra se acerca. Los rasgos se definen: la sonrisa franca, la mirada chispeante. Tomás, como si hubiera cruzado la frontera entre la vida y la muerte, se materializa ante él. «¿Cazador?». La voz es tenue pero identificable. «¿Me recuerdas?». El hombre asiente, sin palabras. Las lágrimas se mezclan con la barba incipiente. «¿Por qué estás aquí?». «Para decirte que no llores por mí», responde Tomás. «La alameda sigue siendo nuestro refugio, y los recuerdos son hilos que nos unen. No temas despedirte. Estoy en cada hoja, en cada suspiro del lugar». El cazador sonríe, sintiendo la presencia de su amigo. El sol se oculta por completo y el entorno se sumerge en la penumbra. La efigie se desvanece, pero su esencia perdura. El cazador se levanta, con el corazón ligero. Su tierra, eterna y cambiante, guarda sus adivinanzas. Y mientras camina hacia el crepúsculo, sabe que nunca estará solo. De vuelta a casa, guarda la paralela y los cartuchos en el cuarto de siempre para bajar luego a la bodega. Tira de vino cosechero. Sobre la mesa de madera hay dos vasos esperando. Sea.
 

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