Carmen Arroyo

La Quinta

Carmen Arroyo


El silencio de Dios

13/04/2023

Leo, amor, el poema NOSOTROS: Como el agua que salta la cascada, / que brilla y canta, y acabado el salto/ es sólo agua, /así nosotros pues la vida / -según venimos aprendiendo- / sólo es coda y señal esplendorosa / que acaba en puro/ silencio / y olvido perdurable. En este Viernes Santo, mi día de desolación, Él, en silencio, te llamó. Había rezado varias veces la oración que oíste de mis labios, en una lejana Semana Santa vivida en Acebo. El canónigo que oficiaba, Luis Sánchez Arroyo, me pidió que la recitase ante la ermita de Jesús Nazareno. Escuchabas atento, clavabas tus ojos en mí, sin hablarme ya, apretando, aún, mi mano con una de las tuyas. Así comenzó nuestro noviazgo, al regreso de Cervera, DKV de Honorino, después del baile: cogiste entre las tuyas mis manos y supe que mi destino quedaba unido al ritmo de tu vida. En la misa de familia fue tu nieta, Jimena, quien las acarició.
Calderón de la Barca, decía: «El idioma de Dios es el silencio». Escribe Miguel de Santiago, en un libro magnífico y necesario: «Sí, el idioma de Dios es el silencio. Porque es en el silencio donde se encuentran y dialogan Dios y el hombre, criatura suya, hijo suyo. Y se entienden». Con cariño, llegamos al final del camino compartido. Ya, definitivamente sola, te recuerdo en la fotografía, último regalo de nuestro Javier Marín, que puse a los pies del féretro. Vuelvo al consuelo de tus versos en: Al vuelo de tu nombre, libro que fue gozo unánime. Escrito un mes de julio, junto a nuestros hijos, en el silencio de Acebo, en la noche. Al amanecer, leías para mí, con tu inolvidable, hermosa y modulada voz, cada poema. Brotaban mis lágrimas por la emoción. Luego, en Palencia, robándole horas al sueño hiciste trabajo de laboratorio, bien medido. Fue Premio Rafael Morales, año 1987, Colección Melibea, en Talavera de la Reina. La dedicatoria colmó mi orgullo: A Carmen, única plenitud de mi vida. Dejo algunos de tus versos: «Me hice mayor un día en el que todas / las palomas nacían de tus manos, / zureaban tu nombre con el timbre / clavel de sus vocales, y al conjuro / del frescor de tomillo de tu lengua / me acercabas al sol /.
Hoy, vuelvo a una joya: HOJAS DE OTOÑO, de Miguel de Santiago y busco apoyo, como paloma herida, sin remedio.