Julio César Izquierdo

Campos de Tierra

Julio César Izquierdo


De fruche y bilbaína

06/02/2021

A veces viene bien el silencio, caminar en soledad para sentir la tierra bajo tus botas. Es un regalo a tener en cuenta, pues algún día también serás polvo de senda y viento del norte. A veces, conviene dentellar medias sonrisas al árbol que se atraviesa, sin venir a cuento; o lanzar un grito que no tenga ni siquiera desesperanza. Y que rebote en el limbo de la nada y quedarte mohíno, sin aspavientos ni ruedas de molino para comulgar. A veces, dice Tiburcio, conviene ganarse a uno mismo a la rayuela haciéndote trampas, y contar veinte, o volver a la casilla de salida. A veces, merece la pena saltar sin ella para atrapar con las manos las lunas de lobo y hacerte león rampante sin escudo ni escudero. A veces, no tantas, resulta hilarante romper -a canto rodado en DO de pecho- alcuzas y banquetas. Y hacerlo mientras se ejecuta danza astral (y ancestral) en torno a una charca de tejas sin garrotillo ni jubón. A veces, sabe bien el regusto de la palabra mientras se bieldan detalles de morcajos y odres, de picos  y reatas. A veces, gusta parar el péndulo para cansar los ojos hacia el firmamento, encontrando tartanas en las nubes y mañas de galeras sin cadenas ni faltriqueras. A veces, te puede un sentir castellano, austero y sabio, que brota sin saber a jácara de qué y que parece puré de fruches y bilbaína de tren burra. A veces, cuando el reloj de bolsillo juega a ser fiel de fechos, se atisban las voces de los que marcaron improntas de cilla y celemín. A veces, te lías sin más por las veredas de cordel y te escuchas diciendo que mi abuela tenía un gato con las orejas de trapo y el hocico de papel. Ahí es cuando te descuajeringas de tos torpe y graciosa -libre de virus- levantando almenaras de ánimo, candiles de ilusión y manteos que cubren, abrigando mañanas de parvas, sin tabardillos ni monsergas. A veces, en el paseo de la hora nona, te haces vestigio sin fruncir, curtiendo piel y ganas, haciendo de tripas corazón y yuntas de zaguán. Otras en cambio te deshielas frente al papel en blanco para colorear la vida que debiera quedar por delante. Así, te fabulas una martiniega, pagándote tus propios impuestos, saldos de cuentas íntimas. Sin nadie, para uno mismo, pues la campana doblará la esquina.