Carmen Arroyo

La Quinta

Carmen Arroyo


Desde Argentina   

16/07/2020

Dieciocho años desde nuestro último encuentro, en Palencia, pudieron poner punto y final a la amistad con  una buena amiga argentina, Marta María Flórez. Pero no sucede así. Nos comunicamos por móvil y teléfono, vídeos y mensajes de voz. Ella, viuda, con las hijas casadas y lejos de su casa por las enormes distancias de la ciudad en la que viven: Rosario. Antes de la pandemia se reunían cada domingo y comían juntos. El confinamiento ha sido duro. Las personas mayores no podían salir de casa. Ni tan siquiera se les dio el recreo de los jueves, perdón, la salida por la mañana o por la tarde en el horario restringido a la edad como en España. Llama al supermercado y le acercan la compra que realiza por teléfono. El problema de la soledad a que nos ha llevado esta pandemia es realmente duro. Tres domingos atrás se permitió en su país que pudieran reunirse cada familia, con las debidas precauciones. Mas, de nuevo, por los contagios, se ha vuelto a confinar a los mayores. Tengo mucho miedo, me dice  Marta, me cuido, pero tengo miedo.
 ¿Y quién no, si es una persona responsable? Dejo constancia en mi columna de la insolidaridad de quienes pasan de medidas oficiales,  normas de obligado cumplimiento. Hay mano blanda y no se ataca directamente a sus bolsillos, no me explico el porqué. Multas efectivas y confinamiento obligado para unos cuantos irresponsables haría que el resto se pusiese las pilas. Sigo oyendo la voz de Marta, con su acento cadencioso, lleno de ritmo y de cariño. De eso habla Marcos Aguinis, en El atroz encanto de ser argentino. Un algo que los hace distintos y que nos deja un regusto agradable al oído, la mente y el corazón. Ella me dice que oírme es un regalo porque acompaño su soledad y que cada día espera ilusionada mi comunicado…
«¡Hola, Carmencita, buen día para mí, buena tarde para ti, ¡No trabajes tanto! por favor; ¡Qué hermosa que estará la finca! ¡La recuerdo tanto!, la tengo tan presente… ¡Qué bueno es Javier! Veo que los acompaña mucho y cuánto se preocupa de ayudar… Y de los nietos, aprovéchalos ahora que están chicos porque luego no nos hacen caso, con sus amigos y la tecnología que tienen. Los abuelos ahora no somos tan queridos o imprescindibles como cuando éramos chicos nosotros. Cierto».