Carmen Arroyo

La Quinta

Carmen Arroyo


Recordar es volver a vivir   

08/07/2021

Una noticia terrible me sacude: joven muerto por la paliza de otros varios en Coruña al salir de la discoteca. Salvajada para la que no tengo más que repulsa y anhelo de justicia. La Ley debería ser justa y, lógicamente, el castigo, ejemplar. Sin paraguas de papás importantes o que disculpen cuanto hagan los hijos. Los derechos de quienes odian todo cuanto no les satisface campan, bandera al viento de su libertad; en este caso, no solo de expresión. Alzo mi voz, cascada, pero fuerte por decisión expresa de mi voluntad. No hay derecho a que los malos instintos quiten la vida a otra persona.
Y miren que hoy quería hablarles de La Coruña y de cosas más dulces. Debuté como maestra en la Escuela infantil aneja a la Escuela de Magisterio, un mes de diciembre del año 1962; vivía con mis padres. Me llamaron para sustituir a una maestra que iba a jubilarse. Yo había aprobado mi oposición a ingreso en el Magisterio y pasaba allí ese mes. Acepté encantada. Recuerdo a un niño, Quique, menudito y simpático, al que debí de caerle en gracia porque, al día siguiente, a la salida de clase, me llevó de la mano hasta su mamá y señalando mi pelo le dijo «¿Ves, mamá?, Carmina tiene el pelo colgando...» Por aquel tiempo la melena se peinaba con las puntas vueltas hacia afuera y, la verdad, quedaba bonita. Intuyo que a Quique le hizo gracia el contraste entre el moño clásico de su maestra y el estilo más desenfadado de una persona joven.
Miles de alumnos de todas las edades han terminado su curso escolar. Ojalá hayan aprovechado este tiempo de estudio que, debido a la pandemia, tan difícil ha sido para ellos, y que llevó aparejado un doble esfuerzo para sus profesores. Nunca agradeceremos lo bastante sus desvelos y sacrificios. Tengo nietos y sé de lo que hablo. Si vuelvo la vista atrás cuento, entre mis manos, las de mis alumnos, sus voces que me parece aún oír.  La alegría de cada encuentro y las lágrimas por sus caídas en el patio cuando necesitaron más palabras de ánimo y una caricia que una tirita. En 1963, y plaza en Cubillo de Ojeda, llegué con ilusión a prueba. Muchos niños. Ahora, sólo viven José Luis Fraile y su familia. Recuerdo a mis alumnos. Él me pone en contacto con Norberto y  Regina. Nos comunicamos. La vida sigue.