Julio César Izquierdo

Campos de Tierra

Julio César Izquierdo


Castellanízame

29/05/2021

Hay veces que si te sientas en la alameda, junto al surco que otrora llevaba agua, puedes llegar a escuchar las palabras de otros. De aquellos que dejaron su impronta entre los cercanos parajes de tierra migada en vino, de los que colocaron la primera piedra sin tallar, esperando que futuras generaciones fueran cincelando y labrando medianías y murallas. Hay veces que si te giras, sientes el aliento de los que llegaban al final del día tras muchas noches de madrugadas. Ellos, sí, los que dibujaron estampas de carros y yunques, retahílas de humo de caza y jara, de taburete lejano en posada cuajada de acentos comarcales. No había distancias en las lejanías, pues podía más el querer hacerlo, aunque fuera por tesón y mucha necesidad. Porque hay veces que lo castellano te rezuma sin saberlo. Y te hace cómplice de los murmullos que pisaron barbecho y soto, como trillando asperezas de aguamaniles y pozos, brocales y zaguanes. Y no te digo nada si te rozan haces de luz excelsa, cargada de entusiasmo por dorarte el rostro, hacendosos galardones de mar de cereal y panera de pósito, almacén de almas vagantes, jamás ociosas. Está ahí, sin más, el silente barullo de todos los que fueron antes, con sus pañuelos de buena moza, de boina y gorra, de pastor tallando barcos porque hay mar por delante y alcor por el altozano, de horca que asume rol, de trilla que pide lazo, de velos que rezan incienso, de calles que supuran leyendas veraces. Porque hay veces, cada vez más frecuentes, que en la pausa de extramuros se te vienen a la memoria tantos nombres como fechas borradas del calendario pero que siguen grabadas a fuego en tu imaginario colectivo. Es la herencia sin donaciones, a tumba abierta, para que se soslayen sus mantras de ayer, dogmas que ahora, más que nunca, pueden ayudarnos a afrontar el futuro. Como si estuviera pendiente otra revolución, a punto de rebosar en su cuenca de paciencia. Pero será como siempre, austera, mansa, lacónica, equilibrada, serena y a la par, decisiva y contundente. Porque hay veces que, si te sientas en la alameda, descubres que no se tuvo tiempo para lamentos. Hubo tiempo para vivir y salir adelante. A lo mejor estaban creando el mejor de los nacionalismos: ninguno, dice Tiburcio.