Carmen Arroyo

La Quinta

Carmen Arroyo


Dueños  del aire  

09/07/2020



Eran jóvenes y trabajaban los dos. Y formaron pareja, con sus firmas en el Ayuntamiento, no eran creyentes y no estaban dispuestos a hacer el paripé, como unos conocidos que, tras siete años de convivencia, fueron al altar, blanca y radiante va la novia... Estuvieron de acuerdo. La sorpresa se la llevaron los respectivos padres, que hubieran deseado una boda como Dios manda. Eran felices y como el piso de alquiler resultaba de renta asequible y, por entonces, los bancos daban con facilidad créditos, pensaron que viviendo con un sueldo y con lo poco que ya tenían ahorrado, los padres les podían dar el dinero no gastado en la boda y así irían pagando la hipoteca. Comenzaron una aventura de la que habían hablado cientos de veces: comprar una parcela y buscar un arquitecto para que fuese legal. Como él valía para todo y sus amigos prometieron ayudar en la afición, que más adelante ellos podrían pagar con la misma moneda, levantaron una casita para los fines de semana y las vacaciones. Obtuvieron el certificado de habitabilidad y planificaron dónde plantarían tomates y verduras. El agua del pozo se analizó, era potable, pero tenía demasiada cal. Pagaban a la Confederación, tenían derecho al agua de un canal pero jamás la usaron.
Los padres, encantados, colaboraron así: los fines de semana no deberían ocuparse de las comidas pues se turnaban para que la joven pareja visitase a los progenitores y además de comer, la madre, preparó una carne y la suegra compró  pescado, va limpio, lo puedes congelar. En 3 años, la casa acabada, la hipoteca duraría otros 22; las mujeres pintaron y limpiaron con ayuda de ellos. La madre, voy a cambiar el sofá, en realidad solo tenía tres años, os vendrá bien. Compraron muebles que uno se monta y queda satisfecho. Los electrodomésticos, de oferta. La casa, un palacio .Y entonces, lejos del ruido, con los pájaros como orquesta, se sintieron dueños del aire.  
Su parcela, 5.000 metros cuadrados. Cambió la Ley, con 1.000 se pudo edificar. El lugar se pobló de chalets adosados, a tope el fin de semana, música ruidosa, gritos de niños y barbacoas con olor a grasas y especias. Y, por la noche, soñaron con encontrar otro lugar de calma. Nadie debería contaminar al vecino. El aire es de todos.