Julio César Izquierdo

Campos de Tierra

Julio César Izquierdo


Hojarasca

01/10/2022

Los mantos de hojas secas y su crujir de pisadas, que desprenden en cada huella el aroma de un viento pausado. El aire, que se queda a mitad de camino entre los senderos y el infinito, frenado por un horizonte que desea hacerse dibujo y montaña a lo lejos. La tierra, que se despereza para que respires otros colores en sus pequeños frascos de matices. Los pasos, sin pasión, pero reconstituyentes, como si fueran el bálsamo de una rebotica que te predica por dentro, sin receta, retozando de melancolía con cuchara de madera y silbido de café que es achicoria. La ventana, que se hace más chica entre sus barrotes y persiana a medio gas, agudizando la vista para ver si por el recodo de la calle asoman otras cabezas. Tardes, que siempre sean buenas, acortando en pedazos la mañana, indiferentes al insomnio y a los grados frescos que pudieran trazarse con el compás del empadronado y el despoblado no reconocido. Lecturas, con sus páginas, que son otra manera de ver las cosas, temblando en cada repaso, en cada dedo que busca avanzar en la historia. Chasquidos, para prender la harina que es de otro costal y que se arrima a la chimenea que más calienta, azuzando el ambiente porque conviene no perder la temperatura. Tertulias, hablando solo y platicando en un desierto repleto de fieles que ya abandonaron el limbo, recibiendo flores que, ahora, también, son hojarasca. Agua, para que el gaznate no sepa de reseco ni afonías, con mieles que doren el cuello que sigue tieso y algo retorcido por las edades añejas. Oscuridad, alumbrada por el nacimiento de unas velas que arrean tanta cera que dejan los suelos pulidos y sabios. Gancha, para gravitar tanto a las buenas como a las maduras, escondiendo la nuez y secando los piñones. A duras penas, haciendo de tripas corazón, sonriendo a la vida por un otoño más, con escamas y sin espinas. Así lo aprecia Tiburcio, que nada en un entretiempo que lo es todo, con sus luces y sombras. Su estación, sin vía, con un cargamento de sueños que fueron reales y que se convierten, preciso instante, en el jergón que trasiega conquistas y derrotas. Feliz, sincero para sí, de tener otra oportunidad para seguir tirando de almanaque interior. El de siempre, que ya no tiene ni paredes para colgar. 

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