Toyi Marcos Sosa

Desde mi ventana

Toyi Marcos Sosa


El tiempo de nuestras vidas

31/01/2021

Entre el Covid y el Gobierno, ¡vaya rachita! Resignados o no, hay que aceptar que todo es cuestión de paciencia. Lo malo es que nos acostumbramos a que los medios de comunicación desgranen el pan nuestro de cada día surtido de contagiados, fallecidos, hecatombes de sectores que arrastran a miles de familias en la ruina.  En fin, que vivimos en un pánico atroz dentro de una pobreza que se agranda y agudiza con gente, que jamás pensaron verse en tal situación y ya forman parte de ella. Y se habla de 800.000 pobres más y el Gobierno no da ni solución, ni explicación. Incluso algunos de sus miembros solo piensan en el poder y están perennemente entre el enfadado y la bronca.  ¡Qué horror! Es como si fueran los prestamistas del tiempo de nuestras vidas. 
Y ocurre aquí, en la España de los 22/23 ministerios, con 65 millones de euros solo para 1.200 asesores puestos a dedo; 422 de ellos, a disposición de ese presidente que dice: «España va a ser el faro del mundo en la resurrección del  turismo» ¡Ojalá! Pero a este ritmo, no se sabe para qué sirve tanto enchufado ni tanto ministerio. ¿Para qué? debería pensar el presidente mientras Illa hace mutis por el foro. La gente y en particular los niños, hoy son menos felices. Porque aquí, ya no se construye, se destruye y se invierten millones en hospitales de campaña que no aguantan un chubasco y vuelan con poco más de un soplo de aire. Y la sangría sigue. Y  todo ha sido, es y será una fría estadística. Como la de los mayores, a los que ven como un estorbo incómodo que, por ahí andan frases ofensivas agitadas por vividores que creen, dicho de forma coloquial, que no les va a salir el pelillo en la verruga.
Solo se imponen las medidas que interesan al Gobierno. Pero al jurar por su conciencia y honor ¿serían capaces de presidir una mesa electoral en la situación actual? ¿Qué sentido da esta gente a la vida de los demás?  El ciudadano no es más que una papeleta. Manejan la apariencia para seguir viviendo como Pachás. Devuelven las palabras que no les gustan, apenas se pronuncian y al final estamos más solos que la una. Y en tanto,  hacen santos a los ‘Puigdemones’ y adláteres.