Julio César Izquierdo

Campos de Tierra

Julio César Izquierdo


Balada

30/10/2021

Hoy Tiburcio quiere apostar por una retahíla de recuerdos, de campos que pudieran ser de un mañana cambiante. Oveja que bala, murmura, o cartucho envenenado. Pero él no es así. Es más de tertulia, de socarronería, de caer la palabra velada y que la recoja quien quiera, sepa o pueda. Está, en esta tarde cercana de Santos y Ánimas, mirando retratos en negro y blanco, pero que están laminados del color que daba la vida de ayer. Con casi de nada había de casi de todo. No como ahora, dice, que habiendo mucho apenas hay nadie. Su balanza la equilibra al gusto. Que enrede como quiera. ¿A estas alturas, condiciones? Nos sentamos  en el salón que tiene en el ala oeste de la casa (no es blanca) y pinchamos el vídeo con la grabación del Juan Tenorio, exponente del romanticismo castellano, haciendo oídos sordos a otros tratos y trucos, pues ya no tiene edad para experimentos y la gaseosa la tiene para el clarete. Así, le digo que debe abrirse, que los tiempos son otros. Me afirma que sí, que son otros y me los va enumerando; pueblos sin entidades bancarias o sin cajero, médicos presenciales unos días a la semana, turistas que tiran de bici para disfrutar el Canal de Castilla y se encuentran con cortes de difícil continuidad, conectividad de Internet cuya gozo va por barrios, trenes que dejaron de parar por lo rural y coberturas de móvil que viven en modo paellera. Vale, tranquilo le digo. También hay muchas mejoras, emprendedores, proyectos positivos que nos dan vida. No lo niega, pero que conviene incidir en lo que no funciona. Por ver si esas cosas también piden disfraz, quitan caretas o misa de réquiem. O lo que sea, porque doblar campanas pide mucho yunque. En fin, menos mal que la mañana fue de niebla y se ha quedado rato de paseo, que permite saborear un otoño que tiene tantos matices como historia la tierra. En cada pisada se levantan versos hacia el cielo, que se acurrucan en los matorrales y en los árboles que pelean por adornar veredas de carreteras locales. Pita un camión, baila el maíz lejano y levanta polvareda el tractorista en sus pagos y en sus trece. Se hace tarde, cae el día y la belleza de un ocaso vuelve a desperezarse entre los torpes pasos de un bastón que se recarga de energía. Por puro genio.