Es verdaderamente desolador. Nuestro planeta se desangra, se estremece y languidece de manera inexorable. Incendios devastadores, sequías pertinaces, inundaciones brutales…toda una legión de desastres naturales con unas consecuencias desoladoras, amargas, desconsoladoras y dolorosas, por no decir desesperanzadoras ante un futuro cierto que muchos se obstinan en no querer ver. Nuestra madre Tierra ha envejecido prematuramente, maltratada y masacrada por la mano del hombre.
El crecimiento y desarrollo económico actuales son sencillamente insostenibles. La irresponsabilidad, la insensibilidad y la insolidaridad han marcado el ritmo de los tiempos que nos han precedido hasta el momento presente.  Llegamos demasiado tarde a las actuales conclusiones sobre el controvertido asunto del cambio climático y del futuro de la vida en nuestro planeta.  Hablemos claro, sin vacíos eufemismos ni expresiones ampulosas y grandilocuentes, pongamos el énfasis en lo importante, lo natural y lo escueto, que es precisamente lo contrario. 
¿Hay futuro? ¿Qué panorama espera a nuestras generaciones venideras? Las respuestas no son tranquilizadoras ateniéndonos a un serio diagnóstico de la situación, siendo rigurosos y serios, dejando aparte el discurso políticamente correcto, ajeno a la verdad científicamente contrastada. Una lenta agonía se ha iniciado desde hace décadas, una debilidad que se ha cronificado y agravado exponencialmente aqueja a nuestra madre Tierra. Quizás estemos a tiempo de proporcionarle una vejez digna.