Dionisio Lamas Muñoz

Tribunal Libre

Dionisio Lamas Muñoz


María celestial

26/05/2023

En los reinos celestiales, la noche es luz y la luz es sonrisa, esplendor y belleza; la aurora celestial es apoteosis de alegrías infinitas, envueltas en una explosión radiante de felicidad, porque el amor de Dios y la ternura de María inundan todos los rincones de la Creación. María, la madre sencilla, la madre dulce, la madre tierna, la madre de Dios, todos los días de la eternidad llama a los niños que en la tierra tuvieron tribulación, a los niños que soportaron humillaciones constantes, a los niños que fueron maltratados y sin casa y sin techo, a los niños que no nacieron y se malograron sus sueños, y quedaron rotas sus ilusiones, llama también a los niños cuya bondad desbordó a la humanidad a través de palabras y gestos sencillos y humildes e hicieron felices a quienes estuvieron a su alrededor. Con todos ellos tiene María infinita dulzura; borra María las sombras que en la tierra les agobiaron. Y con todos ellos sale la Madre de Dios a pasear entre las mundos y las galaxias; recorren el Universo jugando con las estrellas y los luceros, por eso brillan más en las noches sin luna en la tierra. Los niños gozan del amor y el cariño de María y alcanzan la felicidad que les faltó en la tierra, se llenan de júbilo y cantan hermosas canciones de camino y junto a los Ángeles al Altísimo.  Atrás quedaron los llantos y los sufrimientos que les hicieron pasar sin alguna piedad ni amor de nadie, las penas más atroces conocidas. Exultantes y henchidos de gozo, los niños del Cielo pasean y juegan con María. Y ella, la Madre de Dios, llena de júbilo los acerca a los jardines celestiales, donde todos admiran la hermosura de las flores y reposan de tan largo paseo, y se reponen con manjares nunca conocidos servidos por sus amigos los Ángeles niños. Y la preguntan a María, una y mil veces, cómo fue la Creación, cómo fue la Salvación y la Redención. Y al atardecer celestial todos regresan con gran alborozo a  los aposentos celestes del Padre, quien les ha contemplado atento durante toda la jornada entre la algarabía empírea de la mansión eterna. Cada niño tiene un lucero de almohada y un Ángel que le canta una nana compuesta de melodías de querubines, y tienen a su costado el perrito de sus sueños.