Fernando Martín Aduriz

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Fernando Martín Aduriz


Defensa del secreto

11/09/2023

Comienza en el siglo XV la andadura de la palabra castellana «secreto». Su patria es latina: secretus, que es un participio pasado del verbo secerno. Este verbo contine el «se» (de separar) y el «cerno», (de cribar o tamizar), y de ahí se va a discerno (discernir), a excerno (excremento), y secerno (secreción y secreto). Ese origen apunta entonces a una operación de tamizar, que señala una separación entre lo público y lo oculto. A un lado el saber oculto, los deseos ocultos, los pensamientos ocultos, las intrigas, las recetas, objetos materiales como los cajones, los documentos secretos, los asuntos confidenciales que unos sí, pero otros no, han de conocer. El universo conceptual es amplio, pero hoy sólo deseo centrarme en la amenaza que se cierne con la figura del secreto en relación a las nuevas formas de comunicación que tenemos, especialmente la mensajería instantánea, y ese recinto personal, ese último baluarte, cuasi-sagrado, que es un móvil por el que transitan imágenes íntimas, cartas de amor, confidencias amistosas. La mera idea de secreto aparece como insoportable para quien se siente excluido. Pensemos en la conexión del secreto con los propios sentidos, desde el olfativo («estar en el ajo») hasta el auditivo («secreto a voces») para comprender la profundidad de los aledaños del secreto. Y esa exclusión del secreto ajeno hace que se viole la intimidad y se crucen líneas rojas: parejas que fisgan los WhatsApp sin permiso, y después hacen uso del tripalium inquisitorial exigiendo confesión, padres que igualmente practican esa tortura psicológica en nombre de ideales honrados, jefes respecto a sus empleados, el poder estatal que mira y evalúa a ciudadanos con panópticos sofisticados, y mercados que indagan en nuestro estado de salud. Algo se rompe cuando otro se apropia de nuestros secretos, de nuestro inalienable derecho al secreto (sean amoríos, cifras, deseos, proyectos, anhelos íntimos). Es el secreto una gran conquista de la civilización a lo largo de los siglos, que ha evitado sufrimientos y violencias al erigirse como un invisible gigante que trae paz, equilibrio, sosiego, cordialidad, prudencia y respeto. ¡Hay que defender el secreto! Propongo una primera línea de defensa, confrontar el refrán castellano, «Me lo callarás amigo, pero más me lo callarás si no te lo digo», con la pregunta/aforismo de La Rochefoucauld: «¿Cómo pretendemos que otro guarde nuestro secreto si nosotros mismos no somos capaces de hacerlo?».

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