Carmen Casado Linarejos

Epifanías

Carmen Casado Linarejos


La lectura

11/02/2024

Palabra maltratada y viciada en contextos que poco tienen que ver con su recto uso. Por desgaste, ha pasado a designar un sector-el progresista-del mundo del cine, pero el mayor deterioro del término se produce, desde el punto de vista oficial, cuando se alude a uno de los ministerios del gobierno de Sánchez. Con total inmunidad se designa Ministerio de Cultura a un organismo totalmente ajeno al mundo del saber y que goza de un multimillonario presupuesto. El actual titular del ministerio, nombrado por la cuota de Sumar, es el señor Urtasu que se ha manifestado de un modo que debe calificarse como contrario a la cultura. De momento, son dos los objetivos señalados por el señor ministro: los museos y la tauromaquia. El museo, «lugar consagrado a las musas», según indica su etimología grecolatina, cuya función no es otra que la de conservar y exhibir las obras de arte, se ha convertido en objeto de la politización más grosera. El desconcertante anuncio de «descolonizar» los museos españoles sigue la senda marcada por el movimiento woke que se inició en sectores radicales estadounidenses cuando decidieron acabar con los objetos artísticos que, según ellos, aludían al pasado esclavista de aquel país. Su evidente idiotismo se mostró al atacar el monumento a Cervantes, erigido en San Francisco, por considerar al genial escritor un exponente del esclavismo. Cervantes fue esclavizado en Argel durante siete largos años en los que fue tratado con  toda crueldad  que los ignorantes seguidores de woke continuaron con el descrédito de su memoria. El anunciado proceso de «descolonizar» los museos españoles no es otra cosa que desguazarlos en aras de un fanatismo sectario que no tiene otro nombre que el de barbarie. Sobre la tauromaquia se ha manifestado en términos tan negativos como los utilizados contra los museos. Después de su prohibición en Cataluña, se produjeron numerosas protestas entre los ciudadanos aficionados, o no, defensores de la libertad de elección así como de su soberana voluntad y arbitrio sin que ningún veto, prohibición o censura interfiera en su modo de vida. Politizar la cultura es certificar su defunción.