Jesús Martín Santoyo

Ensoñaciones de un palentino

Jesús Martín Santoyo


Los martes, chinos

04/02/2024

Desde que resido en Palencia, la tarde/noche de los martes me he incorporado a un grupo de amigos de mi hermano con el objetivo de tomar unos vinos, charlar, pasar un rato divertido y socializar de modo distendido al margen de las rutinas cotidianas de cada uno.
El ambiente de esta pequeña peña palentina me recuerda a los mejores momentos de mi cuadrilla de amigos de Madrid, en los gloriosos años ochenta. En mi barriada madrileña, en torno a las calles Delicias y General Lacy, junto a la estación de Atocha (nada que ver con el aspecto Fashions que tiene la zona en la actualidad), solíamos reunirnos con cierta frecuencia para jugar partidas de cartas al tute o al chinchorro, o para beber unos cortos de cerveza, un grupo de gente absolutamente variopinta y diferente. 
Recuerdo la presencia de oficinistas de empresas importantes, a un marino jubilado que vestía invariablemente una visera con adornos de anclas y timones, a un jefe de mantenimiento de una empresa editorial, a un médico de Sanitas, a empleados de Telefónica, a tasqueros de taberna o repartidores de productos farmacéuticos. Lamentablemente, me consta que muchos de ellos murieron a edad temprana. ¿Qué teníamos en común? Nada. Excepto que vivíamos en el mismo barrio. 
Ahora añoro aquellas reuniones y me invade la nostalgia. No me explico cómo lograba compaginar mi labor docente, mi tarea de investigación para concluir mi tesis doctoral y aquellas prolongadas tardes de naipe y cerveza. En aquellas citas semanales nadie hablaba de sus problemas personales. Se intercambiaban anécdotas de la rutina diaria de cada uno con amabilidad y en ocasiones se incorporaban chanzas que hacían más divertida la velada. 
Pues bien, el grupo de las tardes de los martes en Palencia me ha retrotraído a aquella feliz etapa de mi vida madrileña, cuando todo era juventud, esperanza y futuro. 
Son nueve los miembros de la peña que me han acogido recientemente, gracias a la generosa intervención de mi hermano Carlos que se lo solicitó a sus amigos para ayudarme a socializar en esta etapa de regreso a mi ciudad natal.
Hay un grupo de periodistas, un técnico de imagen y sonido, un competente jefe de servicio del hospital de la Seguridad Social, un conductor de autobuses, un funcionario municipal jubilado, un bombero, un propietario de un rentable negocio de hostelería y un enternecedor prejubilado que vive gracias a un riñón trasplantado con éxito y a toda la generosidad que cabe en su corpachón.
Llevan años reuniéndose. Desconozco cómo se han podido conocer unos y otros y cómo han acabado confluyendo sus vidas. Es indudable que se llevan muy bien y que cualquiera de ellos haría lo que estuviera en sus manos para ayudar a los otros.
Las reuniones de los martes están sometidas a un riguroso ritual. Se celebran en la barriada de San José, frente a la Fabrica de Armas y a la antigua cárcel provincial. Vamos de bar en bar, siempre a los mismos establecimientos. Se habla de cualquier cosa en tono humorístico y desenfadado. Para finalizar la velada, nos acomodamos en las mesas de la cafetería Bariloche, donde tomamos un ligero picoteo y comenzamos a jugar tres partidas de chinos. 
Supongo que la mayoría de los lectores conocen tan popular juego de azar. Cada jugador cuenta con tres monedas y tiene la opción de sacar, escondidas en una mano, tres, dos, una o ninguna. Se trata de adivinar las monedas que suma todo el grupo en su conjunto. Quien acierta se retira y deja apostar al resto. Al final sólo pierde uno en un inevitable mano a mano de los más rezagados. Se penaliza al torpe con una donación de cinco euros que van a parar a un bote que gestiona el magnifico Dioni.  Cuando hay suficiente fondo acumulado, el grupo se premia con una suculenta cena.
La parte ludópata no acaba aquí. Se juega a la lotería primitiva con los euros que ponen los penalizados por la partida de chinos. Al parecer, el año pasado les sonrió la diosa Fortuna. Un premio en la lotería les permitió repartir tres mil euros a cada uno, amén de celebrar el éxito en el azar con una suculenta cena en Los Palmeros de Frómista.
Me parece imposible que ahora que estoy en el grupo, vuelva a sonreír la suerte con un premio en la primitiva. ¡Qué importa! Pronto será martes y repetiremos el ritual entre chanzas y bromas.