Javier San Segundo

Ajo, guindilla... y limón

Javier San Segundo


Tentador

15/01/2022

Los estudios atestiguan que desde el Neolítico el ser humano realiza operaciones de trueque. La sociedad productora-recolectora dejó atrás la dureza y angustia de la era depredadora. Quizás ahí empezó el cambalache. Incluso pasados los años y comprobadas empíricamente las bonanzas y deficiencias del posterior sistema monetario, el trueque vivió una segunda dolce vita que se perpetúa hasta nuestros días.
Ni hace falta para salir a la calle para realizar transacciones. La rueda gira y probablemente ya no pare nunca. Desde que nos desperezamos con el grito de Tarzán, nos rascamos el culete por dentro del pijama y nos deslegañamos en secreta intimidad las operaciones de compra-venta se suceden. Desde que encendemos la luz de la mesilla (ahora lujo asiático, fíjense). Y las de trueque, que, como las meigas.
Y como en botica, las hay satisfactorias y plenamente conscientes, decepcionantes y envenenadas con cicuta, las realizadas con la convicción de un obús y que se tornan en totales fiascos o las que taimadamente hacen su aparición y te hacen cosquillita de la buena y todos tan ricamente.
A estas últimas nos vamos a referir desde el punto de vista hostelero. Porque atender con diligencia, dar buen servicio con amabilidad y pericia, obrar como buen compañero y demás menesteres profesionales debieran ser ineludibles. Pero hay un concepto, el de despachar, que forma ya parte del cajón de la obsolescencia, y en el arte de ofrecer, de tentar, de adivinar, de anticiparse a las necesidades del cliente, están el aumento de la caja diaria, las subidas de salario y de categoría, la mejora de las condiciones de trabajo y demás bonanzas laborales y, por ende, personales. Que no siempre ocurre y que sería lo ideal, también es cierto. Pero los que se esfuerzan en encontrar esas rendijas en cada transacción tienen el abanico de oportunidades más amplio. Porque cada cliente es un punto de venta susceptible de ser agradado y no es ninguna tontería ni pecado decirle al que ha pedido una cañita bien tirada «si le apetece algo de picar, aquí le dejo la carta de raciones». Y seguro que las bravas le saben a gloria, y hemos metido unos euros más a la caja, y todos tan contentos. 
Al cabo del año puede haber mucha panoja en esa hucha.

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