Fernando Martín Aduriz

Dirección única

Fernando Martín Aduriz


Agresividad

09/07/2020

La agresividad tiene un componente de virtud: constituye la fortaleza necesaria para acometer las empresas cotidianas de la vida. Y un invisible componente destructor, el empuje a la desaparición del otro, del semejante.
De las formas de agresividad ninguna tan inquietante y perturbadora como la agresividad pasiva, esa que se repliega en formas silenciosas como el ninguneo, el desplante, los malos gestos, los largos e incómodos silencios.
De la destrucción de uno mismo, ninguna más rastreable que esa agresividad de las adicciones, que buscan tanto el goce de la repetición cuanto algo ya perdido en el pasado. El adicto no puede aceptar lo perdido y sumarse a la vida. Hay otra agresividad con uno mismo, vía cortes, muy del adolescente, y una forma agresiva pasiva que busca el propio daño psicológico consintiendo al maltrato, dejándose tratar mal por unos y otros.
En la agresividad infantil, el niño agresivo muestra con ello la no renuncia a las satisfacciones pretéritas, en las que desea detenerse, burlando el acto educativo. Únicamente renuncia a cambio de otras nuevas. Y lo hace por obtener un signo de amor, y el reconocimiento de su deseo. Cuánto cambiaría el joven psicólogo si aprendiera que no se trata de premios o castigos, sino del signo de amor que vehiculizan. Cuánto cambiaría el joven psicoanalista si entendiera que la transferencia negativa es nudo inaugural del drama analítico.
Si la agresividad ocupa un papel central en el ser humano es porque ha de ser sofocada obligatoriamente, para lo cual se requiere del poder de la palabra, enfrentado así al poder del goce absoluto, empuje constante al goce mortífero, a la aniquilación del otro por puro prestigio, y también a la propia aniquilación.
Frente al refinamiento cruel de las armas que fabrica el hombre, o la naturaleza de algunos sueños, hablar implica esa renuncia a la agresividad, lo simbólico introduce esa pacificación. Pero muchas formas de lenguaje pueden llegar a ser más agresivas que el cuerpo a cuerpo, la agresividad puede ir in crescendo cuando ese hablar es maldecir y no bendecir. De ahí la importancia del saber callar.