César Merino

César Merino


Cambiar el rumbo

05/10/2020

El modo como las personas nos enfrentamos a situaciones difíciles y la forma en que lo hacen las instituciones y comunidades nos ofrecen un paralelismo evidente. Es una buena estrategia tomar nota de lo que es eficaz en los ámbitos más domésticos para llevarlo a la vida pública. El equilibrio social, igual que el particular o familiar, no se improvisa, y se puede romper si quienes deben, no toman las medidas         adecuadas.
Nos ha llegado una tempestad en forma de virus -todavía no sabemos cómo- y en el barco, la consigna del capitán ha sido la de «sálvese quien pueda», repartir responsabilidades entre los demás, y procurar a todo trance, eludir las propias, con un discurso que ha ido desde el «nadie podía prever algo así» de las primera semanas, hasta el actual de «la gente debe saber que en sus manos está parar el virus», mensajes por supuesto debidamente aireados y secundados por los medios de comunicación afines, la mayoría. En definitiva, la culpa siempre es de otro.
Ciertamente todo hubiera sido y sería a día de hoy más fácil, a pesar de todo, si en lugar de diecisiete gobiernillos, hubiéramos tenido uno solo, fuerte y asesorado por médicos y científicos de probadas solvencia y experiencia, porque la salud de los ciudadanos debe ser atendida con criterios comunes que garanticen la igualdad y rentabilicen los recursos, que no son ilimitados. Claro que para ello habría que impugnar este arbitrario sistema autonómico que tiene atribuidas competencias que no puede gestionar, que provoca enormes diferencias entre los enfermos y los profesionales, según cuál sea su residencia o lugar de trabajo, además de estériles peleas políticas que colman nuestra paciencia. Es precisamente en situaciones como esta cuando más se echa en falta esa unidad de acción que no existe, porque tampoco la tenemos como protagonistas de un proyecto que muchos no desean compartir o que les da igual hacerlo.
No se trata de bombardear continuamente con cifras que no podemos procesar, cuyo significado no se explica, lo que hay que hacer es una labor honesta de divulgación y prevención, con rigor, sin enviar mensajes que se contradicen, sin crear falsas alarmas ni expectativas infundadas.