Jesús Mateo Pinilla

Para bien y para mal

Jesús Mateo Pinilla


Al fin cayó el rayo

23/03/2021

Han pasado más de cincuenta años para que cayera un rayo en la espadaña de San Francisco. De crío viví a su lado mucho tiempo, en casa de mi abuela. En noches de gota gorda, cuando oía rugir el trueno, me daba miedo y la preguntaba a Doña María: -¿Por qué si cae un rayo nunca tropezaría en nuestra casa? Me contestaba:   -Porque el Ayuntamiento tiene pararrayos y la Torre de San Francisco es más alta y con campanas. Los rayos se sienten enamorados de los objetos metálicos. De chavales teníamos miedo al rayo. Las casas que se habitaban, establecían la magnitud de un punto mínimo en el universo. Salíamos a jugar a la calle, para hacer nuestro espacio mayor. Cuando en verano iba desde el pueblo a la casa de labranza a caballo, cruzaba el monte de Almaraz y me perseguían el pavor al rayo y las sombras de los toros sueltos de capeas limítrofes que podían esconderse entre las encinas. Pero vi la tormenta más impresionante en mi adolescencia, la sufrí cruzando la sierra del Despeñaperros en aquellos Seat 600 que se calentaban si acelerabas. Comprendí la tormenta entre aquellas rocas, que pintaba el acuarelista Turner, del que tiene el notario Polvorosa una marina en su despacho. El Despeñaperros era caja de resonancia de truenos y magnífico escenario del reflejo de la luz de rayo. Paso diseñado por la naturaleza para mantener en su interior enjaulados y entretenidos la furia de los elementos desatados. Las piedras se teñían de mil colores, reflejaban violetas, amarillos, naranjas, el resplandor era la única brújula en la tormenta y al final todo se apagaba en los verdes de la vegetación, los tonos se subsumían en un último matiz de oscuridad, la propia realidad sin iluminar. Era como el sueño de nuestra vida. Pronto coloreado, tempranamente plagado de acontecimientos y al final del reflejo único, lo más terrible: la soledad terminal. Cayó la chispa eléctrica, clareó la iglesia de La Soledad iluminada por hachones en Santa Semana y el sonar brutal del trueno destrozó la iglesia, los ordenadores del Colegio de Arquitectos, los del Ayuntamiento y hasta la línea de teléfonos. La tormenta se llevó todo de repente, como Barrabás, el mal ladrón.