Jesús Mateo Pinilla

Para bien y para mal

Jesús Mateo Pinilla


Caminantes

24/01/2023

Antonio López, el pintor y escultor al que Pedro Mozos siempre llamó cariñosamente Antoñito, fija una escultura cerca de los Arcos de la avenida de la Ilustración en Madrid, enorme, de 20 metros de altura, a la que los madrileños ya conocen como «el coloso en bolas» porque evidentemente va desnudo. Fue una obra en principio proyectada para Albacete, pueblo cercano en el recuerdo de Antoñito, que nació en Tomelloso.
La obra realista hay que verla en el lugar, las esculturas son para estudiarlas en su sitio, como la Venus, de mayor anchura que la canónica que se debe admirar en su concepción con un giro de tres cuartos. El caminante es descomunal, los hombres solo somos junto a él paseantes sin destino.
En Aguilar ya se instaló un caminante de Elena Laveron de formas suaves, concebida con movimiento de llenos y vacíos a lo Henry Moore, y en Palencia en la glorieta de la Lanera la familia paseante de la palentina de Espacio 75 de La Guindalera madrileña, Mónica Pascual, conocida como «los extraterrestres».
Todas son caminantes, paseantes sin destino, sin senda, sin camino machadiano, andariegos que dicen en Paredes. Evocados por Herman Hesse, Borges, Baudelaire, Stevenson, Rosa Chacel, el japones Sosek Natsume, o el dibujante de manga Taniguchi. El caminar era una huida de la introspección de nuestro interior, hacia la metamorfosis de la ciudad.   
Hoy el pasear se ha vuelto viejo. Ya no hay flâneurs, peatones franceses amigos de León Fargue, como Baroja por el viejo París del exilio. La búsqueda era la huida, el desprenderse del hombre con pasividad para taladrar el espacio herido. Una fuga de la soledad del cuarto, del jergón, paso intermedio para entrar en la calle, como la botica hizo del rincón para pensar de la rebotica. 
Caminamos sin sentido, como vagabundos, erráticos peregrinos del Gatopardo. Caminar es un ir sinsentido, sin mirar ni ver, a diferencia con el pasear. 
Que la escultura del caminante sea una reflexión sobre la contraposición del estatismo del Campesino de Luis Alonso con el andar reflexivo, hacia un lugar, donde como dice Antoñito «hay muchas cosas por hacer y nadie impide que se hagan».