Javier San Segundo

Ajo, guindilla... y limón

Javier San Segundo


Sursum corda

06/11/2021

Para un acérrimo de los Rolling Stones escuchar el último éxito de reggaetón y meditar sobre la involución puede ser todo uno. Pero no es menos cierto que cruzamos el charco en avión y la carreta quedó en el recuerdo y en los textos del excelso Delibes. Que las crisis de valores están a la orden del día y copan los coloquios de corrillos callejeros y televisivos es innegable, pero que en un confinamiento inaudito los abuelos hayan tenido la posibilidad de disfrutar de sus nietos a través de una pantallita a miles de kilómetros de distancia, también lo es. El mundo evoluciona, aunque no al gusto y al compás de toda la parroquia. Cualquier tiempo pasado fue mejor… puede ser, pero cuando la tortuguita asoma ya no tenemos que tirar de cuádriceps en cuclillas y limpiarnos el ojete en el corral con un hierbajo mientras la helada alimenta los sabañones. Y en la mayoría de los oficios los sentimientos encontrados hacen estragos en las conversaciones generacionales. Como en botica, los hay comprensivos y cascarrabias, amables y deslenguados… pero sabe a gloria bendita (como los platos que prepara su propietaria en el homónimo restaurante palentino) que esa voz de la experiencia te acaricie las entendederas con su sabiduría sin condescendencia alguna, con el ánimo de compartir generosamente los años sudados en el uniforme de trabajo y de formar parte de esa línea ascendente que debiera tener la evolución humana si del boca-oreja dependiera. Loable honra. La experiencia es un grado. Pero es barro pisado si no se ejerce cátedra. Es corrosivo para el alma darse de bruces con ese energúmeno que atesora en las mazmorras de la mezquindad el convencimiento de que todo el que ha venido después «no tiene ni puta idea». Y lejos de compartir su sapiencia suma y echar un cable en los trances más calamitosos, su ilustrísima (en minúscula) se aferra al despotismo de creerse con la potestad de ningunear al novel con el desdichado canto de la deshonra como música de fondo. Y fíjense la de imberbes extraordinarios que subliman sus profesiones. En la hostelería, como en cualquier industria, no faltan. Son pocos. Y los menos. Pero resuenan con estruendo cada vez que abren las fauces. Siempre agradecidos, sursum cordas. Firmado: Los que hemos venido después. A todos los demás, que sois legión, siempre agradecidos.

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