Javier San Segundo

Ajo, guindilla... y limón

Javier San Segundo


Rescate            

24/10/2020

Recuerdo una campaña publicitaria de una marca de automóviles cuyo eslogan rezaba ¿te gusta conducir? en la que aparecía el brazo de un conductor surfeando el viento a través de la ventanilla. Claro, para llevar a cabo la acción y disfrutar del momento al amanecer hay que disponer de un coche. Si no, date por jodido en el intento. Mirarás pasar los vehículos imaginándote arrancando el tuyo en una ensoñación que nada tiene que ver con pisar el acelerador y sentir cómo tu espalda se funde con el respaldo del asiento al apurar las marchas. 
De igual forma, uno de los aspectos más valorados cuando una persona desarrolla una actividad profesional hostelera a cambio de un beneficio o de un salario, es el ambiente de trabajo, del lado de los compañeros y de la propia empresa o del lado de la feligresía que acude a la llamada del compadreo en torno a una barra. Pero para ello hay que disponer de la posibilidad de trabajar.
Lo que tocaría los redaños a cualquiera que se precie hasta que la rabia de la sinrazón hiere de muerte, es tener aparcado un carrazo en el garaje y que no te permitan sacarlo a pasear con unos datos en la mano que no reflejan ningún motivo de peso para tal prohibición, y veas los días pasar sin poder disfrutar de la marcha motorizada a bordo de tu nave y, delante de tus narices, su valor se deprecie confinado en la sombra.
Pues ganarte el pan de tu familia atendiendo las demandas de tus clientes en un local de hostelería y sufrir cada día el contrasentido de verte obligado a tener tu persiana cerrada o unos horarios vergonzosos impuestos por la incoherencia de la autoridad (in)competente que abocan al negocio a la inviabilidad con unos ínfimos datos de contagios del 3% en la clientela del sector y del 5% en sus trabajadores, que son fruto de la profesionalidad y el compromiso de los hosteleros, debiera ser motivo de movilizaciones, de exigencias, de ayudas y de depuración de responsabilidades al más alto nivel.
Tan incongruentes son estas medidas que ni los propios clientes las comprenden y provocan continuos enfrentamientos con los hosteleros, obligados a ser policías además de camareros. Y bastante negra está la cosa como para trabajar con esa tensión tan innecesaria.
Con los datos existentes, sean justos en las medidas y déjenlos trabajar. Por favor.
Que no es lo mismo comer que ver comer.