Juanma Terceño

El hecho gastronómico

Juanma Terceño


Servilleta de papel

06/10/2021

Tengo que confesar mi odio eterno, manía personal y la más intensa de las fobias a las servilletas de papel, aun entendiendo que para tomar un vino o un café en un bar, o que para un menú del día barato, económicamente no sería viable el uso de servilletas de tela, por supuesto. Pero que al disponernos a comer con un presupuesto un poco más alto, ante una oferta de precios medios o altos, me planten una servilleta de papel… me provoca mucho rechazo.
También me molesta enormemente que nos marquen con sólo una servilleta, muchas veces demasiado fina y de tamaño insuficiente, cuando la oferta tiene varios platos para comer con las manos que, por tanto, provoca mancharnos más y necesitar mayor uso de ella. Incluso prohibiría por ley que hubiera servilletas de papel si lo que se ha pedido para comer son, por ejemplo, gambas u otros mariscos como almejas o mejillones servidos con su concha, quesos, chacinas, torreznos o encurtidos. También aprovecho para quejarme de una práctica muy extendida y consolidada tras las reaperturas de la hostelería por la pandemia; no acercar servilletas a los clientes al traer las consumiciones; vienen a nosotros esas cañitas rebosantes de espuma por los bordes de la copa que enseguida crearán un pequeño charco en la mesa, acompañadas por una tapita de patatas fritas, cacahuetes o aceitunas… y no nos traen servilletas… GRRRRR qué rabia da, ¿verdad?
Pero eso no es todo, pues dentro de lo malo, existen varios niveles, yo reconozco dos que alzo a la cúspide de lo molesto. Por un lado, esas servilletas de intensos colores o serigrafiadas con tinta, ya sea el logo y nombre del local o una frase ocurrente, una tinta que al mezclarse con la humedad o grasa que estamos limpiando se degrada y nos manchamos más de lo que nos limpiamos, ya sea la boca, las manos… Y el segundo caso, las que son tan finas y tienen tan poca capacidad de absorción que al frotarnos con ellas para limpiarnos se rompen o deshacen en pedazos, quedándose trozos de papel pegados en nuestros dedos, y en el caso de quienes llevamos barba, dejando en ella evidentes restos de su presencia enganchados.
Así que, con mínimas excepciones, ¡Queda hoy aquí públicamente declarada mi guerra particular a las servilletas de papel!