Javier Villán

Javier Villán


Tribuna Libre.- Palencia: un día en la vida de una diosa, Lucía Bosé

03/04/2023

OPINIÓN.- Una noche de finales del pasado siglo, Lucía nos invitó a Carlos Oroza y a mí a su casa de Somosaguas. Ya estaba en marcha el divorcio con Luis Miguel Dominguín, el infierno y la gloria de una relación apasionada y  tormentosa, al que trató de matar cuando lo descubrió  con Mariví, su prima. Lucía le pegó fuego a la casa en vez de pegarle tres tiros a Luis Miguel. Del mal, el menos.
Lucía quería ir a Palencia y que Oroza y yo la acompañáramos. Me negué a ello porque, tratándose de Palencia, me habría gustado llevar a los Caneja, Isabel y Juan Manuel, y sabía que eso no era posible. Los Caneja detestaban todo lo que oliese a Luis Miguel,  y en ese todo entraba la Bosé,  aunque estuvieran tramitando el divorcio. Isabel y el Canejilla, como ésta lo llamaba cariñosamente, consideraban a Luis Miguel responsable del suicidio de su hermano Domingo arruinado una vez más, y con un cáncer irreversible de colon. 
Al parecer, Luis Miguel se había negado a prorrogarle la explotación de una plaza de toros, Lima quizá, que era la vida de Domingo. Ha sido la única vez que he visto llorar a Juan Manuel.
Lucía tenía curiosidad por conocer los lugares en los que Juan Antonio Bardem, que la había dirigido un año antes en La muerte de un ciclista, había rodado Calle Mayor. La protagonista bien pudiera haber sido ella, pero andaba de farra y desvarío con Luis Miguel. Y de no haber preferido Bardem a Betsy Blair para encarnar a la solterona escarnecida por unos señoritos gamberros.  Lucía se fue sola a Palencia, aunque quizá se le uniera allí, no lo sé, el fiel vaquero salmantino, perrillo faldero que la seguía en Oliver Me contaba poco después en las noches de Oliver, que Palencia le había causado una impresión puramente neorrealista, sic. Bardem, ciertamente, empezó el rodaje en Palencia, mas, por problemas burocráticos y el desafecto que, según él, producía su filiación comunista, decidió trasladarlo a Logroño. 
De Bardem, en Palencia, queda como recordatorio de gratitud, un Instituto de Enseñanza, junto al cual Heliodoro Gallego me otorgó el inmenso honor de ponerle mi nombre a una calle, Paseo de Javier Villán. Por entonces, Isabel, el alcalde y yo planeábamos ya los Estatutos de la Fundación Caneja, cuyos objetivos quedaron plasmados en el tercer apartado, obra personalísima de Isabel. 
Lucía Bosé se hospedó en el Jorge Manrique, hotel de los toreros por la Feria de San Antolín. Pero Lucía estaba a salvo, pues no era San Antolín. En mis viajes a Palencia, si no me daba tiempo a coger el coche de línea hasta Torre de los Molinos, yo dormía en el hotel Castilla, una pensión de  mala muerte que hubiera horrorizado a la italiana. Lucía paseó bajo los soportales y entró en la catedral y se quedó extasiada admirando las vidrieras polícromas y el tesoro (patenas, sagrarios, cálices, copones, custodias); y el San Sebastián de El Greco, asaeteado por  defender su fe cristiana, que  la dejó indiferente.  Pero no escuchó cantar a los canónigos del coro. Tal como me lo contó lo cuento.
«Creo que dejé mucho sin ver. Habrías sido un buen guía», aventuró una noche en Oliver.  Habría sido un buen anfitrión, le respondí; te habría llevado a comer tortilla de patatas con un poquito de cebolla que la hace más jugosa, y huevos fritos con puntillitas doradas, en Casa Damián. Y la menestra sublime de verduras. Y, ya puestos, por la noche sopas de ajo hervidas en cazuela de barro, con tostas. Sueños no de un seductor, sino de un seducido por el carisma selvático de la más bella de las italianas, que se enamoró de España. De España y de un torero que conspiraba con Alberti y con Picasso y se iba luego de montería con Franco, Franco, Franco; LUIS MIGUEL.