Javier San Segundo

Ajo, guindilla... y limón

Javier San Segundo


Las confianzas

02/12/2023

Has dado la mano y te han cogido el brazo, la pierna y hasta lo que aquí no se puede nombrar de manera fina. Siempre aparecen energúmenos que confunden la confianza o, lo que es peor, la amabilidad sin disponer de la primera, con creerse o, más allá, saberse poseedores de una relación estrecha, que no es tal, para avasallar sin medida en una relación entre iguales que suele terminar con el vaso colmado y un «tú, lo más lejos posible». Porque las relaciones humanas a largo plazo pueden disfrutar venturas y sufrir desventuras. Y las dichas son sencillas y placenteras y alimentan la perpetuidad cuando todo es de color de rosa. Pero las desdichas pueden solucionarse con la franqueza del cariño que atesora la amistad o, si no es tanta, «qué necesidad tengo yo de aguantar esto».  En el ámbito de la hostelería ocurre a menudo que los parroquianos habituales suelen entablar una relación de cierto o gran afecto con el camarero de la vicaría. Y cuando el trato se extiende en el tiempo, el cariz personal que toma el roce diario puede enredarse confundiendo profesionalidad con camaradería de barra de bar. Y si es en éstas donde todos somos expertos entrenadores de la selección, entendidos ministros de no sé qué o leídos concejales de no sé cuál, cuando es el que atiende el que se inmiscuye en la conversación ha de andar con pies de plomo. Pero de plomo, plomo. Porque una palabra mal dicha de más puede reventar en un momento la relación construida a golpe de cañas de cerveza durante años y que, de repente, ya no seamos tan amigos «que yo soy el cliente y tú estás trabajando». Política, fútbol, religión, feminismo, machismo y otros tantos, son asuntos controvertidos para tratar con la clientela en el día a día de la barra. Amistades de años han partido la baraja y ha quedado hecha añicos. Porque a mi hermano puedo pasar de darle los buenos días porque he tenido mala noche y me he levantado cabreado. O porque estoy acabando no sé qué cosa y paso de él olímpicamente. Pero un cliente es un cliente. Siempre. Y buenos amigos que surjan currando en la cantina los habrá. Seguro. Pero los mínimos de la profesionalidad hemos de evitar perderlos aun cuando la confianza y el cariño puedan confundirnos. Como la noche a Dinio. Y la cosa no acabó bien.