Oficialmente hoy viernes se inicia la campaña electoral. Una fecha simbólica, porque la realidad es que los partidos políticos siempre están en campaña. No cabe el sosiego. Una actitud venenosa que se torna más corrosiva en las dos semanas previas a la jornada de votación.
Virulencia que ha protagonizado esta semana la ministra para la Transición Ecológica y Reto Demográfico, Teresa Ribera, quien prácticamente acusó de incendiario al gobierno de Castilla y León. Ribera aprovechó una intervención parlamentaria sobre las responsabilidades de su Ministerio en materia de prevención de incendios forestales para eludir la responsabilidad propia y descargar toda la culpa de estas tragedias sobre las comunidades autónomas, competentes en la materia, y de forma especial sobre la Junta de Castilla y León. Un tercio de las 270.000 hectáreas quemadas el pasado año en España se registraron en Castilla y León, comunidad en la que existen cinco millones de hectáreas de masa forestal y a cuya prevención de incendios se destinan 64 millones de euros. Contrapuso la situación de Castilla-La Mancha, con 3,5 millones de masa forestal y una dotación presupuestaria de 95 millones. Concluir que a más millones responden menos incendios es una falacia, una simplificación malévola. Existen otras muchas circunstancias, como la ministra debería saber, sin excluir elementos fortuitos. Pero el colmo de la insidia de una representante de la nación es recriminar a esta comunidad, o criminalizarla directamente, por haber pedido la solidaridad de otras comunidades en su desgracia o por haber utilizado el mayor número de descargas de los hidroaviones de España para apagar los incendios. El presidente Mañueco ha calificado a la ministra de persona indigna y ha pedido su dimisión. Más allá de este recurso simple y manido, muy útil para ser refrendada en el cargo, la realidad es que Teresa Ribera ha mostrado su incapacidad para la tarea más importante que le corresponde como ministra de España: fomentar la cooperación mutua entre las regiones, inspirar la empatía territorial y amortiguar celos y recelos. En ningún caso fomentar la incomprensión, cual ministra pirómana.