Carmen Quintanilla Buey

Otra mirada

Carmen Quintanilla Buey


Mientras sueño

24/02/2024

Es  muy triste, pero mucho, asumir algunas veces que de nada sirven los buenos e ilusionados proyectos  porque ya se encargan de hacerlos trizas las durísimas realidades. Estoy segura de que delegar en el pobre y diminuto corazoncillo para que la pauta soñada llegue a buen término es como pedir peras al olmo. La vida es puro materialismo, y a ello se suman muchas veces las malas interpretaciones... lo absurdo de tus planes... y sí, también, lo difícil y hasta imposible  de llevar a cabo. Los sueños, al verlos realizados... harán que bajemos del pedestal en el que sin ton ni son habíamos subido, porque nadie nos había pedido meternos en camisa de once varas. Dijo un famoso sabio que las utopías son los reflejos escasos de las pobres mentes soñadoras y enfermizas. ¡Soñar! es esa frase socarrona de la que solemos echar mano los que no nos queda más recurso que la conciencia tranquila. Los sueños de los  ilusionados dormidos suelen estrellarse con el despertar de los aguafiestas espabilados. Lo mejor es seguir la corriente de la situación circundante para que el batacazo nos haga simplemente un leve arañazo, porque si seguimos mareando la perdiz no será un arañazo, será  una hemorragia a corazón desgarrado. Por eso, hay que centrarse en el ambiente en el que nos toca vivir, ser como son, hacer lo que hacen, decir lo que dicen, y así tendremos nuestro asiento  en el hueco justo que el destino nos ha trazado, como lo tiene aquel... y el otro... y el otro... Si esperamos aclaraciones, justificaciones, comprensión... pues no lo vamos a encontrar. Eso sí. Quedas tú, con tu vanagloria a flor de piel, y de puertas para dentro. Cualquiera de las dos opciones de soñar, tanto dormido como despierto, tiene su compensación. En ninguno de los dos casos busques paliativos en farmacias porque no se han inventado, pero queda la satisfacción  de que la mente no está en blanco, y fijarla en cualquier horizonte no deja ver el final del túnel. Hay que enfrentarse a la mañana con alguna perspectiva y si la vida no la proporciona, hay que inventarla, despierto, adormilado, triste, alegre, decepcionado, enfermo, sano... ¡cómo sea! Todo menos pasar por este denominado valle de lágrimas haciendo honor a su definición. Si hay que llorar, se llora, pero si encontramos consuelo soñando, pues... ¡felicitémonos!