Puede parecer reiterativo pero este periódico destacaba hace dos días en su edición digital un par de noticias que, a simple vista, pudieron parecer anodinas aunque en realidad son indicativas de un problema mucho más importante que otros actualmente en candelero. Una de ellas, firmada por Myriam Esteban, informaba de los avatares padecidos por un varón de 80 años que fue auxiliado y trasladado al hospital Río Carrión tras sufrir un golpe de calor. La otra, de Alberto Abascal, indicaba que el Instituto Carlos III registra en Palencia 21 muertes por calor. En la foto que acompaña su texto puede verse el termómetro callejero de una farmacia con un 37ºC rodeado de lucecitas verdes… No está mal.
Sin ir más lejos, a las cinco de la tarde, dos horas antes de leer ambas noticias y en el vallisoletano polígono de San Cristóbal, otro indicador de temperaturas (el de un vehículo -el mío- que tomaba el sol como un bañista) marcaba 41,5. Tampoco está mal. Lo del respaldo del asiento del conductor… pasable. Estaba como la espalda de un guiri playero tras seis horas sin bronceador. En cuanto a la temperatura del taller, Autokripton, donde acababan de revisarlo, no pudo conocerse porque allí no hay termómetro. Regentado por dos palentinos, de Itero de la Vega y Villaumbrales para más señas, recordaba en cierta medida a un horno doméstico cinco minutos después de sacar un asado o una lasaña.
Las dos noticias de este periódico citadas y la anécdota de lo vivido entre las 5 y las 6 de la tarde del martes no son más que signos premonitorios del futuro próximo… Primero lo notará la población, luego lo sufrirá la agricultura -y en el fondo la comida-, luego lo pagará la industria, más tarde lo padecerá el turismo y así sucesivamente ocurrirá en el resto de los sectores. Este es el principal problema que tiene el país y no otros como el del uso de varias lenguas en el hemiciclo. Las tradiciones, los anhelos personales, las creencias y otras cosas del corazón están muy bien y son respetables. Pero igual de respetable es el raciocinio y la frialdad en la cabeza para establecer prioridades porque en cuestiones de supervivencia o se recurre al temple o no va a hacer falta ni el castellano. O el español, como prefieran.