Dentro de unos días, el lunes próximo, se conmemorarán los cincuenta años del derrocamiento de Salvador Allende, presidente de Chile. Aquel episodio, del que todavía quedan flecos por conocer, es uno de los mejores ejemplos sobre cómo no resolver un conflicto, sobre cómo maniobran ciertas potencias en asuntos ajenos, sobre cómo se manipula a la opinión pública, sobre el valor de la vida humana, sobre los asesinatos impunes y sobre el aura que rodea a algunos personajes. Unos conocidos mundialmente, que sería el caso de Augusto Pinochet o Henry Kissinger, y otros, entre los que podría figurar Víctor Jara, cuyo suplicio conviene no olvidar, no tanto. Un golpe de estado como última solución frente a las urnas no dice nada a favor de quienes lo ejecutan (o lo promueven desde la sombra). En el caso de Chile, menos todavía. Incluso teniendo en cuenta la ínfima disparidad existente en una vasta lista de manuales de historia quizá sería más oportuno indicar que los protagonistas forman parte de ese elenco de personajes oprobiosos y merecedores de ser conocidos en profundidad. También convendría añadir que echar la culpa a la gestión del gobierno y guardar silencio sobre las circunstancias geopolíticas que condujeron a una situación económica delicada en todo el continente sudamericano roza el cinismo. Otras cuestiones, vistas tiempo después, producen sonrojo. Una de ellas guarda relación con la manipulación de la opinión pública y el exiguo interés por el conocimiento, sea por desidia o por anuencia. Aquel golpe de estado fue promovido por una potencia extranjera cuyo nombre no hace falta citar e importó un bledo el futuro del país y de sus ciudadanos porque lo que interesaba en aquel momento era tener un siervo geopolítico. Que el presidente de una potencia extranjera diera instrucciones a un alto funcionario de su país, Henry Kissinger (Premio Nobel de la Paz ese mismo año) para evitar la llegada de Allende al poder y luego -porque llegó- para derrocarlo a cualquier precio, documentos desclasificados hace muy pocos años lo prueban, impedirá al menos que la opinión pública siga engañada. Otra cuestión diferente es que un determinado sector de la misma niegue la realidad por conveniencia o por miedo.