Luis del Val

LA COLUMNA

Luis del Val

Periodista y escritor


Derechos y deberes

30/05/2023

Llevo varios años viviendo en esas urbanizaciones impersonales, donde su amplitud, y la complejidad de los servicios, requieren la contratación de un gerente, que a su vez se encarga de los empleados de jardinería, limpieza, mantenimiento, etcétera. El gerente viene a ser una especie de alcalde en versión diminuta, sobre una microscópica ciudad, dividida en bloques, que harían el papel de pequeños barrios

El gerente, naturalmente, toma decisiones cada día y cobra su sueldo, pero cuando hay alguna mejora -qué sé yo- poner luces bajo el agua de la piscina para evitar accidentes durante la noche, no nos invita a una fiesta inaugural, y le da al encendido de las luces, y los demás aplaudimos, porque el encendido lo pagamos con nuestro dinero, y el gerente no ha hecho otra cosa que gestionar, cumpliendo su cometido.

Hago esta reflexión, no porque me oponga a que el alcalde de Vigo pierda el protagonismo de encender las luces de Navidad, sino para evitar que, con el paso del tiempo, los nuevos y viejos alcaldes caigan en la tentación de que, cuando inauguran un nuevo jardín en la ciudad, se crean que lo han pagado de su bolsillo, y que los aplausos del público son para premiar su inmensa generosidad y sacrificio.

En mis juveniles inicios periodísticos, escuché a un alcalde, de visita en un barrio, decirle a los vecinos: "Os voy a soterrar las vías del tranvía" (un tranvía que ya no circulaba). Es decir, "yo, amo y señor de la ciudad, me rebajo a venir aquí, y soy tan bueno que os voy a conceder que los chicos no se peguen morrazos, cuando las ruedas de sus bicicletas se metan en los raíles". Que vendría a ser algo así como si el gerente de mi urbanización nos dijera a los del bloque X: "No os preocupéis, estoy muy ocupado con cosas más importantes, pero voy a ordenar que arreglen esos riegos automáticos que os encharcan el portal".

La diferencia fundamental, entre un ciudadano español y otro de un país democrático anglosajón, es que los anglosajones no suelen engañar a Hacienda, porque sería como si quisieran estafar a sus vecinos de la comunidad, escurriéndose del pago de las cuotas. Por eso, siempre saben de dónde sale el sueldo de los ministros, de los alcaldes y de los diputados: de sus bolsillos. Y ello no les convierte en ciudadanos menos respetuosos, sino más conscientes tanto de sus derechos como de sus deberes.

ARCHIVADO EN: Sueldos, Navidad, Vigo