Es la triste sensación que tenemos los ciudadanos al observar lo que está ocurriendo en numerosas ocasiones en la España actual. Frankenstein, el indiscutible protagonista de la política patria de estos últimos años, nos deja situaciones insospechadas a los ojos de quienes hemos conocido otros tiempos y otros gobiernos. Pero si tuviera que resumir en una sola palabra la impresión que este agonizante gobierno me deja como recuerdo, no dudaría en elegir el término con que he titulado esta columna. Imposible siquiera resumir en una lista tantos ejemplos de anomalías, ilegalidades e, incluso, delitos cometidos por políticos, subordinados y aficionados en beneficio propio. El mal funcionamiento de las instituciones, la mala praxis de los gobernantes, los constantes mensajes de odio de los socios de gobierno, el historial criminal de Bildu son sólo algunos de los terribles legados que deja el gobierno cuyo resultado es una profunda crisis institucional, económica, política y ética. Reformar el Código Penal para favorecer al delincuente garantiza la impunidad del gobernante para escándalo de los ciudadanos que ya no creemos en la justicia  a fuer de observar el espectáculo denigrante sin que hayamos oído autocrítica ni felicitación a los ganadores. Los cristianos creemos en la Justicia Divina, pero, en el caso que nos ocupa, se trata de otra justicia más terrenal e inmediata: la emanada de las urnas en que depositamos nuestro voto con la esperanza de que Frankenstein desaparezca lo antes posible de nuestra sociedad. Tras el 28 de mayo, los palentinos hemos mostrado nuestras peculiaridades al emitir nuestro voto rompiendo la corriente mayoritaria resultante en el resto de España. Una particularidad que no me atrevería de calificar de positiva, ha sido la presencia de una nueva agrupación política exclusivamente local, cuyo objetivo no es otro que exhibir el control sobre los partidos políticos nacionales, rompiendo barreras ideológicas para, así, asegurarse una parcela de poder en beneficio propio. Hasta el 23 de julio, hay tiempo para seguir haciendo alarde de impunidad e, incluso, de estupidez. Claude Chabrol dijo que la inteligencia tiene sus límites. La tontería, no. Pues eso.