Como tantas otras localidades castellanas, cuando el calendario marca mediados de agosto, las calles del pueblo burgalés de Navas del Pinar se engalanan, repican a gloria las campanas de su iglesia y sus noches suenan a éxitos de verbena. Sin embargo, sus fiestas tienen algo único, un testigo de excepción que, con su perfil imponente, vigila todo lo que tiene a sus pies. Es una cruz, recia y austera como marca la tierra en la que se enclava, pero con la majestuosidad que le dan los 1.351 metros de altura sobre los que se alza, convirtiéndose en la cota más alta del Parque Natural del Río Lobos.
Hace medio siglo, Felipe Gómez, un vecino de este pueblo enclavado entre Burgos y Soria, retó a sus paisanos. Del desafío quedan testigos, pero no hay testimonio escrito, aunque novelando lo ocurrido, no es difícil imaginar una partida de cartas como escenario y una conversación en torno a aquella cruz que ya todos consideraban como la habitante más ilustre del lugar. «Os digo yo que no hay nadie que pueda salir, llegar a lo alto del Pico y volver a aquí en media hora», pudieron ser las palabras que se escucharon entre órdagos y pares. «Yo soy capaz», respondió con voz potente otro lugareño que respondía al nombre de Oriol Gómez Sanz. Allí, entre humo y copas de balón, quedaba cerrada la apuesta: con la salida y la llegada en el poyo de la puerta de la señora Nicanora, el bravo castellano que se atrevió a levantar su voz sobre los demás aseguraba que podía recorrer aquellos 3.600 metros, acariciando la cruz al coronar la cima y descender, en menos de 30 minutos. Cuando Oriol regresó a aquel enclave fijado como inicio y final del desafío y en el que se concretó la apuesta, en medio de la expectación de un pueblo que se había enterado ya de la afrenta y esperaba con emoción al héroe, habían transcurrido, para algarabía de la gente, 24 minutos y 30 segundos. Reto conseguido.
La leyenda, como ocurre en casi todos los pueblos de España, fue pasando de generación en generación, pero nadie, nunca, se atrevió, al menos de manera oficial, a repetirla. Hasta que, en 2008, se decidió convertir aquellos 3.600 metros en una prueba de montaña que, cada 13 de agosto y como prólogo a las fiestas patronales, reúne en Navas del Pinar a decenas de valientes dispuestos a presentar sus respetos ante aquella imponente cruz que preside el lugar.
Salir, correr, subir, bajar y volver a correr hasta la meta. Así expresado, y con solo 3.600 metros de recorrido, parece una competición popular más de las que, últimamente sobre todo, pueblan el calendario por toda la piel de toro. Incluso, no de las más duras. Pero, según cuentan quienes tuvieron el valor y la osadía de competir en Navas del Pinar un 13 de agosto, nada más alejado de la realidad. Solo el inicio se puede parecer en algo al resto de pruebas: decenas de competidores calentando que salen desbocados cuando dan la salida. Pero, cuando el pueblo deja paso a los matorrales y al amarillo campo castellano que cantaba Antonio Machado, la historia y la carrera cambia. El ritmo se ralentiza y las pulsaciones aumentan. Surge, entonces, la majestuosidad de esa montaña, ese Pico de roca caliza en el que apenas se vislumbra un estrecho paso, por el que hay que escalar para alcanzar la cruz que lo corona.
Hay que subir. Como sea y con lo que sea. Y, mientras unos buscan la cima, los más rápidos y hábiles, aquellos que también hubieran ganado la apuesta de la media hora, bajan a la vez tratando de mantener una verticalidad que se hace casi imposible por momentos. Los aplausos de los espectadores de tan singular carrera reconocen a los valientes que regresan, desencajados, pero felices. El reto, sea o no en menos de 30 minutos, también está conseguido.
Las inscripciones para tan singular prueba ya están abiertas en la página web de Navas del Pinar (http://www.navasdelpinar.com). Aunque los premios para la mayoría resulten inalcanzables, también los hay, por supuesto, tanto en categoría masculina como en femenina (300 euros, 200 y 100). Incluso, un caballo para aquel que supere el récord de la prueba que no es aquel que marcó Oriol Gómez en los sesenta, sino el que fijó, en 2011, uno de los campeones asiduos a esta prueba: Raúl Cámara. Su tiempo: 19 minutos y 11 segundos. Pero, más allá de los registros, todo aquel que participa se lleva la experiencia de haber formado parte de una carrera espectacular y única.