Carmen Arroyo

La Quinta

Carmen Arroyo


José Luis, Álvaro y el otoño en Cubillo de Ojeda

13/10/2022

Pienso, ¿mi hijo sentiría emoción al ver la escuela en la que su madre comenzó a ejercer la profesión de maestra en la que, lo sé, se recibe más de lo que se entrega? Fue un 23 de febrero de 1963. Agradezco la amistad de José Luis, hombre cordial, que cuida su rebaño con auténtica vocación, lo mismo que hice con mis alumnos y por eso su trabajo es gratificante. La vida ofrece detalles que permiten vivir las últimas etapas del camino como algo hermoso, recordado con nostalgia. Mi hijo y José Luis se encontraron cuando volvía de Cervera el pasado sábado. Los dos, buenos comunicadores y capaces de disfrutar esa empatía que surge sin proponérselo. Álvaro me dijo: ¿Sabes con quién estoy? Y, sí, hablé con José Luis desde ese pueblo no despoblado totalmente, pues lo habitan Daniel, cada día más alto, su mamá María, y su padre. 
José Luis, alma de Cubillo: la escuela, restaurada, la abrió para mí cuando subí a Cervera y mi cuento, La gotita de lluvia, se convirtió en mural gracias a la maestría de Izaskun, en el Colegio Modesto Lafuente. Se celebra la fiesta del santo, las cunetas están limpias y el término municipal, al pastar las ovejas, cuidado y libre de incendios. Mi hijo encantado con él, y ambos, imagino, se quitarían la palabra el uno al otro.
Aquel otoño del 63, lo disfruté en Palencia porque abrí el Colegio Juan Mena de la Cruz. Pido a José Luis que nombre los pagos más hermosos de Cubillo en otoño. La cámara de su móvil capta la tonalidad de esos lugares. Las fotografías me llegan al salir con sus ovejas, bien de mañana; muestran al artista que descubre la belleza en una mínima flor y la luminosidad de un cielo otoñal. El transcurrir del tiempo marca cielos oscuros con rayos de sol, lluvia o nieve. Algún pago lo conocí en primavera: estrené amor al lado de un poeta, como Robledillo, a la salida del pueblo hacia Cervera. En este tiempo las tonalidades del verde al amarillo, rojo y marrón ofrecen a la vista esplendor y belleza. Los barbechos, me aclara, también cambian su color de oro viejo, más si el año fue húmedo. En mayo, Marcelino me acompañó hasta el monte de Barcenilla, desde allí divisé el Pisuerga y los túneles por donde pasaba el tren de La Robla. Si pueden, piérdanse por esta zona. ¡Ya!