Perico, Manolo y el Coronel

Fernando Pastor
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Hacían en las fiestas de Vertavillo carreras de burros, y Perico se negaba a arrancar, por lo que salía el último, pero cuando arrancaba corría que se las pelaba y llegaba a la meta el primero, y los dueños se llevaban el premio

Perico, Manolo y el Coronel

Alberto Diosdado, conocido como El Largo por su gran estatura, vivía en Vertavillo y se dedicaba a coger leña del monte, donde acudía con un carro, para venderla después por los pueblos de alrededor, principalmente los del valle del Esgueva.

Tan alto era que hizo una apuesta con Casimiro, un pastor de Villaviudas también muy alto, para ver quién medía más. Para dirimirlo acordaron realizar una talla en el bar. Ganaba Casimiro por poco, pero los partidarios de Alberto le habían preparado unas calzas que le elevaron lo suficiente como para ganar el pollo apostado. Casimiro, consciente de que él era más alto, se negó a dar el pollo.

En una ocasión que fue a las fiestas de Palencia le hacían daño las botas, así que se las quitó, ató los cordones de una a los de la otra y se las colgó al cuello, paseando de esa guisa por Palencia entre gente vestida de punta en blanco.

Perico, Manolo y el CoronelPerico, Manolo y el CoronelEl Largo comía mucho. Le gustaba en especial el vinagre y el dulce. Cuando iba a Baltanás en la pastelería le tenían guardados todos los pasteles atrasados que no habían podido vender recientes, para dárselos, y se los comía todos en el camino de vuelta a Vertavillo. Yendo con su hijo Alberto con un carro vendiendo leña le dio al niño toda la tortilla que llevaban para comer ya que él entró en la panadería de Castrillo de Onielo y arrampló con el bote de miel, grande y repleto y se lo echó al bolso para ir comiéndola. El ser tan goloso provocó que fuese conocido también como El mosca, apodo que se extendió a toda la familia.

Sin embargo no probaba la carne de caballo, ante la que experimentaba un rechazo patológico. En una ocasión su cuñado, Fidel Calvo, le invitó a la bodega a «comer unas chuletas de ternera buenísimas que hemos traído», y Alberto comió una tras otra hasta hartarse, reconociendo que, en efecto, «están buenísimas». Al día siguiente le desvelaron que se trataba de carne de caballo y le dio tanta aprensión que tuvo que ir a la cuadra a vomitar de tal forma que pensaban que se moría. Hasta el punto de que tuvieron que avisar rápidamente a Don Patricio, el médico, al que le dieron un vaso de vino para que se esmerara en la atención. El Largo no se lo perdonó nunca a su cuñado.

No fue la única que le preparó Fidel. Conocedor de su afición por el vinagre (las ensaladas rebosaban de ello, e incluso lo bebía), en una ocasión se lo cambió echando en la vinagrera aceite del candil, quedándose en la ventana para ver su reacción cuando lo catara.

El Largo tenía una  mula falsa y un burro que se llamaba Perico.

Perico era un burro entero, con su bravura, convirtiéndose en el burro más famoso de Vertavillo. Alberto, el hijo de El Largo, recuerda que cuando iba con Perico a llevar la comida a su padre al monte le tiró y además del golpe sufrido perdió parte de las viandas, por lo que cuando llegó a dar la comida a su padre quedaban tres garbanzos y un trozo de pan; de la botella de vino, ni rastro.

Hacían en las fiestas de Vertavillo carreras de burros, y Perico se negaba a arrancar, por lo que salía el último, pero cuando arrancaba corría que se las pelaba y llegaba a la meta el primero, y los dueños se llevaban el premio: una bacalada, un salchichón, etc.

También hubo carrera de burros en Magaz de Pisuerga, en las fiestas de la Virgen de Villaverde. 

Uno de los burros era entero y por ello con una bravura que le hacía indomable. Se iba hacia los rastrojos sin que nadie pudiera sujetarlo, provocando la risa entre los asistentes, por lo que tuvieron que quitarlo de la carrera, meterlo en un camión y competir solamente con burros     castrados.

En primer lugar participaron las mujeres, lo que provocó su protesta ya que los asnos estaban descansados y asilvestrados y resultaba más difícil manejarlos. Cuando ya estaban más cansados y tranquilos por haber sido montados antes, participaron los hombres.

El recorrido tenía un poco de pendiente cuesta abajo, lo que propiciaba que los pollinos alcanzaran más velocidad. Había uno que corría mucho más que los demás, pero cuando estaba a punto de llegar a la meta paraba en seco y el jinete salía despedido hacia adelante.

En Cevico de la Torre le vendieron un burro a Gregorio Marín, que vivía en Tariego de Cerrato. Le pedían 3.000 pesetas pero él ofreció 1.500 más una invitación a copa y puro en el casino, y el vendedor se lo aceptó. En el casino trabajaba un hombre que se llamaba Manolo, y Gregorio le puso ese nombre al burro.

La vida de Manolo (el burro) estuvo plagada de penalidades. En una ocasión una cuadrilla de chicos le cogieron de la cuadra y le llevaron a las bodegas. Allí le dieron de beber media cántara de vino y el pobre pollino estuvo borracho casi una semana.

En otra ocasión, el día de las Candelas, le volvieron a coger para pasearle por el pueblo. Se encontraron con Milagros (la señora de las gaseosas) que iba con un carro, garrafones y una manguera; le cogieron la manguera, se la introdujeron a Manolo por el ano y abrieron la llave del agua. Cuando pasaba la procesión le sacaron la manguera y el burro comenzó a echar tanta agua por la boca y por el culo que parecía un aspersor. Las autoridades quisieron denunciar a Gregorio Marín, como dueño del jumento. 

Cuando llegó la época de caza, Gregorio Marín y otros amigos fueron a cazar y llevaron a Manolo, al que dejaron cerca del Aguachal (en Dueñas) para continuar a pie con los galgos. Estando allí esperando el pobre Manolo, pasó Mariano Alonso, Gorraza, y al ver un animal moverse entre los pinos pensó que era un jabalí y le pegó dos tiros. Al oír los disparos, Gregorio Marín y sus compañeros de caza volvieron y se encontraron a Manolo muerto. Gregorio recogió los aparejos y las alforjas, se lo echó al hombro y se fue a su casa. Su mujer, Adriana Trejo, le vio llegar sin el burro y le preguntó «¿qué ha pasado con Manolo?». «Que me le ha matado Mariano, el Gorraza», respondió      Gregorio.

Por la misma época, en Castrillo Tejeriego había un burro llamado Coronel, cuyos dueños le llevaban siempre con ellos donde fueran, incluida la misa. Le hacían cosquillas en el lomo para que se echara a correr y los chicos iban delante jugando a imaginar que era un encierro de toros. Coronel les perseguía y si les alcanzaba les mordía.