José Luis Díaz Sampedro

José Luis Díaz Sampedro


Dejar que nazca

06/03/2023

Con el término jurídico «nasciturus» se designa a todo ser humano desde que es concebido hasta que nace. Todos los que ahora podemos conocer y proclamar dicha evidencia biológica lo hemos sido durante los primeros 9 meses de nuestra vida, tiempo que deberíamos sumar siempre a la edad que vamos teniendo. Sin concepción no hay gestación y sin ésta no puede haber nacimiento alguno. En todo embarazo, queramos o no, nos guste o no,  hay tres seres humanos vivos implicados necesariamente: un hombre (el padre), una mujer (la madre) y uno o varios hijos (el «nasciturus»); todos ellos merecedores de derechos y en especial éste último por ser el más necesitado de protección, como así lo contemplaba ya el Derecho Romano. Pues bien, llegan nuestros legisladores y empiezan a trocear el período de gestación para decirnos qué fetos tienen derecho a nacer y cuáles no, determinando unos plazos y prescindiendo de la evidencia que supone el hecho de que para poder nacer es necesario todo el tiempo de embarazo. Y para rematar tamaño despropósito el Tribunal Constitucional se ha apresurado a anunciar (esperamos ver en qué se fundamenta su sentencia) que el «nasciturus» ya no es titular del derecho a la vida durante las primeras 14 ó 22 semanas, cambiando el criterio sostenido en su sentencia de 1985 cuando el art. 15 de nuestra Constitución, que sepamos, no ha sido modificado. En definitiva, se proclama que el aborto es un derecho de la mujer, aunque suponemos que no en su condición de madre. ¿Y los otros dos seres humanos implicados en el embarazo qué derechos tienen?. Parece que el padre no pinta nada aunque quisiera tener a su hijo y ocuparse de él, quizás por ser un hombre que pudiese poner en peligro el feroz feminismo de género que nos invade. Y al «nasciturus» se le priva de cualquier derecho pues ni tan siquiera podrá nacer si así lo decide la mujer, que habrá optado por ser la madre de un hijo muerto. En definitiva, las víctimas del aborto terminan siendo los mismos tres seres humanos: el concebido al que se le mata, el padre que nada puede hacer para evitarlo y la madre que sufrirá psíquica y moralmente toda su vida esta decisión. A ellos habría que añadir los sanitarios que practican el aborto, las familias respectivas (a las que tampoco se les ofrece la posibilidad de hacerse cargo del bebé) y la sociedad entera que se verá privada de unos seres humanos maravillosos, únicos e irrepetibles (como lo somos cada uno de los que podemos leer estas líneas).
Aunque la historia, ojalá que muy pronto, deje constancia de la aberración que supone el derecho al aborto, nosotros podremos seguir proclamando con voz muy alta y clara (la que por desgracia no tiene el «nasciturus») el valor de vida porque siempre habrá soluciones para que las mujeres embarazadas puedan tener a sus hijos. Cualquiera menos la muerte.