La tradición del fuego en San Juan, a pesar del nombre que se da a la festividad, tiene un origen pagano anterior a la religión cristiana. Desde tiempos inmemoriales se procedía al encendido de miles de hogueras en la noche del solsticio de verano,  para mandar fuerza al sol en su paso hacia los días cada vez más cortos. 

En la capital y en la provincia se repitieron, tras dos años sin ellas por la pandemia, estampas luminosas en torno a las llamas, donde ficticiamente se depositaron pensamientos y deseos de quienes solo miran o aquellos que dan vueltas a una fogata que tarda tiempo en consumirse.

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En las fogatas de la provincia, Aguilar de Campoo plasmó junto a la ciudad deportiva la quema nocturna con un gran seguimiento hasta que apenas quedaron brasas. En Baños de Cerrato, con una gran tradición a sus espaldas, cerrateños de distintos puntos de la comarca convivieron unas horas junto al fuego. En Velilla del río Carrión, una leña perfectamente apilada dejó llamas de gran altitud. Por su parte, en Saldaña se trabajó y avivó bien el fuego y no dejó indiferentes a los vecinos, mientras en Paredes de Nava, no conformes con una hoguera  hicieron dos para darle más vida a la noche de San Juan.