Jesús Martín Santoyo

Ensoñaciones de un palentino

Jesús Martín Santoyo


Javier, conserje ocasional

26/05/2024

Desde hace unas semanas figuro como socio del Casino de Palencia, tras ser avalado por dos veteranos miembros de la Sociedad. En la entrada a la sede del Club, en la calle Mayor, he observado a un joven de veintipocos años que trabaja como conserje y vigila para que nadie ajeno a la entidad penetre en las instalaciones.
Se llama Javier. Cuando falleció su padre en un inesperado accidente laboral mientras manipulaba maquinaria pesada en las obras del AVE a Santander, el joven tuvo que abandonar la Universidad de Valladolid, donde estudiaba la carrera de Derecho, ayudado por una beca que renovaba cada curso, gracias a sus excelentes calificaciones. Su madre y su hermano pequeño, aún en el instituto, reclamaban el auxilio de Javier para hacer frente a la hipoteca que pesaba sobre la vivienda y a los gastos de mantenimiento de la familia. Por mediación de un profesor palentino del claustro de la facultad de Derecho, encontró acomodo trabajando como conserje en el Casino de la ciudad. 
En los meses de verano su trabajo le permitía disfrutar de tiempo libre con los amigos y la familia. Al llegar el otoño, su vida cambiaba radicalmente. Se había matriculado en tercero de derecho en la Universidad a Distancia. Las horas del día no le dejaban tiempo para el ocio. Ocho horas en la portería del Casino, dos o tres clases tutoriales en la UNED y otras tres o cuatro de paciente y denodado estudio de las materias de su carrera. Sólo le quedaba tiempo para dormir y para una mínima socialización con su familia.
Javier vivía ilusionado. Pronto terminaría sus estudios. Quería ser fiscal. Conocía las dificultades para acceder a ese cotizado puesto funcionarial. Unas durísimas oposiciones que le tendrían ocupado un mínimo de otros dos años. Lo tenía pensado y planificado. 
«El primer año, ya licenciado, seguiré trabajando en la portería del Casino y dedicaré entre ocho y diez horas a la preparación de las oposiciones. Tendré que ahorrar para contratar a un preparador que me asesore on line en estrategias de opositor. Después no tendré más remedio que solicitar una excedencia en mi trabajo para dedicarme a tiempo completo a prepar los exámenes de acceso a la carrera fiscal». 
Javier entrega su modesto salario íntegramente a su madre que, en ocasiones, desliza un par de billetes en su cartera para que vaya al cine o se tome una cerveza con los amigos. El conserje se ha acostumbrado a una austeridad extrema. Ni siquiera echa en falta las juergas de las que le hablan sus amigos los raros días que coinciden. Trabajo y estudio. Esa es su vida. 
En el trabajo se ha acostumbrado a ver desfilar delante de su portería a lo más granado de la sociedad palentina: notarios, médicos, directivos de empresas, funcionarios de alto nivel, familias de ilustres apellidos… Nadie conoce la otra vida de Javier. No le pueden reprochar que descuide sus labores, aunque se hayan acostumbrado a ver sobre su mesa de recepción apuntes de temas de Procesal o Civil. En su trabajo abundan las horas muertas y el conserje, en vez de leer el Marca o ponerse unos cascos para escuchar reggaetón, conecta sus auriculares para oír una vez más una clase magistral sobre derecho penal que había grabado en su teléfono móvil el día anterior. 
Sólo una persona del Casino conoce su secreto. El presidente del selecto club de la ciudad, director de una empresa de asesoría legal y financiera. Su jefe admira al joven conserje y respeta su derecho a ocultar su condición de estudiante. «Algún día quizás te pueda contratar en mi empresa, Javier», le anima. «Se lo agradezco, presidente, pero espero llegar a ejercer de fiscal. Ojalá no tenga que acusarle nunca de ningún delito», le responde Javier con un tono humorístico.
Cuando me retiraba de los salones del Casino, acababa el turno de Javier, tras ocho horas de amable atención a los socios. A diferencia de otros jóvenes de su edad, el conserje se encaminará al domicilio materno, saludará a su familia y se encerrará en su cuarto para estudiar otras cuatro o cinco horas los temarios de la carrera con la que sueña cambiar su destino. Todo un héroe de nuestro convulso tiempo.