Carmen Quintanilla Buey

Otra mirada

Carmen Quintanilla Buey


Entre el verso y la prosa    

29/01/2021

El asunto se prolonga... se prolonga... y la tristeza se convierte en la protagonista de las noches tenebrosas, repletas de incertidumbre, y dentro de la capacidad de aguante del fuero interno, de sacar conclusiones a nuestro libre albedrío: Ayer no... parece que hoy tampoco... pues... a ver, a ver si mañana... Y las pisadas, propiciadas por pasos cortitos, amenizan el pasillo recorrido por pequeñas distancias con resonancias magnéticas. Y así un día... y otro día... y un mes y otro mes pasó... y un año pasado habrá... Y en las noches terribles, las entrometidas pesadillas se encargan de nuestros asuntos: Distancias inalcanzables que encierran cachitos nuestros... montones de pesimismo... ¡Ay, ay, el teléfono...! Bueno, menos mal, menos mal... Todo horrible, pero al parecer, no sólo inamovible, es que todo va  en aumento. Pues... vamos a ver que nos cuentan en la tele: Pero... ¿más baremos...? ¡no, que no tengo corazones de repuesto, y el mío, el  pobrecillo, se encuentra a tope y con un simple soplido se me viene abajo!. Se me están agotando los recursos  espirituales. Bueno, pues vamos a por los materiales: Y... maquinalmente, me dirijo a la nevera. Aunque, bien mirado, mejor será que no mezcle la prosa con el suspiro. Nunca ha habido concordancia entre el verso y la cazuela, y hoy el mundo está sangrando muy lejos del tenedor.  Hace pocos días hablando por teléfono con un doctor amigo, le pregunté que cuánto aguanta la capacidad de aguante, y me contestó: -Tú eres una jabata, proponte salir airosa! Yo le dije que sí, que lucharé, pero que nunca se han llevado bien el corazón y la guillotina. ¡¡Qué pena penita pena!!. El poeta se hunde, y se hunde porque si recita o escribe llorando, se ahoga, todo ante él, es negro, y el negro es un color que no rima con nada. Ni tú, ni yo hemos hecho nada para merecer esto, pero nos han impuesto la pena de soportarlo. Dice, mi amigo doctor, que si nos dejan llorar a solas, nos sentimos más aliviados que si nos atosigan, y que a veces nuestros propios muros de contención nos alivian más que los que nos propician las buenas intenciones con escasos recursos. Haré caso a mi amigo y excelente psicólogo. Nada más enviar este artículo, lloraré a solas para comprobar si funciona el sistema.