¿Por dónde empezar? Esta ha sido la semana más negra para Pedro Sánchez desde aquella de octubre de 2016 en la que, siendo secretario general del PSOE, fue casi literalmente defenestrado de la sede del partido, en la calle Ferraz. Y, aunque Sánchez no quiera tomar medidas de enorme alcance, tendrá que hacerlo si no quiere que esto, su gobernación, acabe hecha jirones. Ni más, ni menos.
Decir que estamos ante una tormenta perfecta es casi un tópico: el Ejecutivo, indirectamente sacudido por el 'escándalo Ábalos' y por los contactos sospechosos de la mujer del presidente con empresarios al menos polémicos (y alguno, muy importante); el judicial, enfrentado el Supremo, que sí considera que hubo terrorismo en el Tsunami de Puigdemont, con la cúpula de la Fiscalía, que dice que no; el Legislativo -ay, el Legislativo--, con su presidenta, Francina Armengol, acosada desde varios ángulos que buscan destruirla por su actuación en el 'caso mascarillas' y ahora huyendo de cualquier contacto con la prensa, que empieza a retornar a ser ese cuarto poder, al que en Moncloa, en Ferraz y ahora en la Carrera de San Jerónimo, se acusa de provocar todos los males.
Y, en el vértice, pretendiendo mantener su aspecto imperturbable, pese a que la oposición busca ya directamente su cabeza, el líder del Gobierno y del partido que lo sustenta prosigue una negociación imposible con el fugado en Waterloo tratando de mantenerse aún unos meses, quizá un año, en la Legislatura más convulsa que se recuerda. Sacudirse el 'Koldogate' aludiendo a las corruptelas pasadas del Partido Popular, obviamente ya no vale. Huir de los medios, como están haciendo varios ministros, el propio presidente y, obviamente, la tercera autoridad en el protocolo del Estado, Francina Armengol, tampoco sirve.
En estos momentos, ya no podría garantizarse del todo un acuerdo entre el Gobierno central (sector PSOE) y Junts per Catalunya (sector Puigdemont, porque hay otro minoritario) para mantener a Sánchez con la mayoría parlamentaria que necesita para evitar una eventual moción de censura promovida por el PP. Porque Puigdemont ve cada día más lejano su regreso al 'ja soc aquí' en tierras catalanas, cuando la Sala Segunda del Supremo (ah, qué momento para el magistrado Marchena...) acaba de declarar, sin dudas, que lo suyo fue inducción al terrorismo. Y sin amnistía efectiva muy probablemente no haya acuerdo con Pedro Sánchez, que, de paso, ve cómo los sondeos internos de cara a las elecciones europeas auguran un paisaje bastante sombrío, aunque no tanto como en Galicia, para el PSOE.
Es muy difícil, a estas alturas, aprehender todas las consecuencias que pueden derivarse de este terremoto, en el que hay, además, muchas reivindicaciones legales pendientes y un palpable asombro europeo ante algunas medidas, como el 'abaratamiento' de la malversación y la propia amnistía a delitos como el enfrentamiento con las fuerzas de orden público. No basta con aplicar las cataplasmas al uso, es insuficiente apelar a la legendaria buena suerte del presidente para salir de todos los lances, el cierre de filas ya es inútil, acusar de todo a los medios y a los jueces resulta demasiado patentemente falaz. ¿Qué hacer?
Me remito a algunas conversaciones mantenidas con socialistas que siguen apoyando a Sánchez, pero cada día con mayores dudas sobre sus procedimientos. Creen que una apertura real a la transparencia es necesaria, y eso es lo contrario de la permanente huida de los chicos de la prensa. Piensan que esta apertura debe trasladarse también a las actuaciones parlamentarias y a la persona de Francina Armengol, que cada día aparece más vinculada al Ejecutivo.
Hablan, incluso, de ir planteándose una convocatoria de elecciones generales tal vez después de las elecciones europeas de junio, en función de los resultados que arrojen. En algún caso me han sugerido que el PSOE podría convocar un congreso extraordinario, no más lejos de finales de este año, para restañar heridas y organizar una cúpula más eficaz para situaciones de crisis, pero lo cierto es que las fuentes más solventes se desligan por completo de este último paso: ¿quién, dentro del partido, se atrevería ahora a criticar abiertamente a los 'números dos y tres' del PSOE, quién osaría hacer una enmienda a la totalidad de la trayectoria del partido desde el 40 congreso, en octubre de 2021?
Pero es necesario, en suma, dicen, plantearse una nueva forma de gobernar, muy alejada de algunos tics y beligerancias actualmente en boga en el Ejecutivo. Sánchez sabe que el 'caso Koldo' no acabará con él y que buena parte del suflé que hoy anega los medios de comunicación y las tertulias callejeras acabará bajando. Sin embargo, no va a ocurrir lo mismo con la amnistía ni con algunos casos de ocupación excesiva del poder.
Nunca como hasta ahora, en sus casi seis años al frente del Ejecutivo, estuvo Pedro Sánchez tan en la cuerda floja, balanceándose sobre el abismo. Nunca las instituciones tan tambaleantes ni tan divididas. Casi -casi- nunca la ciudadanía tan dividida en torno a una persona. Así que vuelvo a la pregunta con la que inicié este comentario: ¿por dónde empezar? Porque, si Sánchez no empieza ya a hacer algo muy profundo, muy drástico, es hasta posible que esto se le termine, y entonces qué.