Si hay una persona que suscribiría las palabras del presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, acerca de que es imperioso que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, "deje de molestar a la gente de bien" ese es el premio Nobel de Literatura hispano-peruano e 'inmortal' para los franceses, Mario Vargas Llosa, quien durante su participación en un acto del PP afirmó que "lo importante de unas elecciones no es que haya libertad sino votar bien". Se refería el escritor a que ha habido países latinoamericanos que "votan mal" y "lo pagan caro", pero tratándose de quien es y de su vinculación con España la traslación de su argumento a la situación nacional era de manual.
O sea que Núñez Feijóo y Vargas Llosa coinciden en que quienes no votan como ellos consideran adecuado no lo hacen bien y no son personas de bien. Y atrás quedan conceptos como el de libertad de elección que pasa a un segundo plano, o el de igualdad ante la ley, consagrados en la Constitución. Así, las personas de bien, votan bien y lo harán en favor del partido que dirige Feijóo, que después de meterse en el berenjenal acotó que la gente de bien son "profesores, juristas y médicos, porque no iba a enumerar todas las profesiones que están integradas por ese tipo de personas, aunque se podrían poner ejemplos de gente que siendo de bien no votan bien a ojos de Vargas Llosa y Feijóo. Luego su equipo de asesores vino a mejorar la jugada al afirmar que la gente de bien es la que integra "la España moderada", lo que deja fuera de su aprobación a millones de personas que se dedican a hacer el bien desde posiciones políticas y morales bien distintas a las suyas.
Porque a Feijóo se le ha entendido perfectamente lo que ha querido decir con no molestar a la gente de bien: el sentido patrimonialista que tiene del poder y de su ejercicio. Por no incidir en que esa gente a la que se refiere suele mantener posiciones neoliberales en lo económico y conservadoras en lo social plenamente aceptables pero que no deben dejar fuera a quienes buscan el bien social de buena fe por procedimientos y desde ideologías distintas. Lo bueno de un sistema democrático es que si hay leyes que pueden tener efectos indeseados siempre pueden ser reformadas. Pero cuando el Partido Popular, que se arroga la representación de la gente de bien, puede proceder al cambio de las leyes que teóricamente molestan a los suyos no lo hace porque ha cambiado el signo de los tiempos y la aceptación social por parte de la gran mayoría de la ciudadanía de aquello que años antes se consideraba inmoral o ilegal.
Pero la frase de Feijóo en el Senado tenía una segunda parte aún más inquietante si cabe -"y deje ya de meterse en la vida de los demás"-, cuando ha sido el PP quien ha recurrido ante el Tribunal Constitucional todas y cada una de las leyes que han supuesto una ampliación de derechos para minorías y no tan minorías que han cambiado la vida de los ciudadanos -incluso de la gente de bien- que puede ejercerlos o no. Porque no hay mayor intromisión en la vida de las personas que tratar de controlar o limitar su vida afectivo-sexual o imponer su concepción religiosa de las relaciones entre las personas y de la propia vida, como durante mucho tiempo ha hecho determinada gente de bien, obviando incluso mandatos constitucionales.