Antonio Álamo

Antonio Álamo


Sonrojo

17/06/2021

El encuentro en Bruselas entre los presidentes de Estados Unidos y España ha sido objeto de tantos comentarios que pocas novedades pueden aportarse. Lo que se anunció como una reunión en la cumbre entre dos hombres de Estado se convirtió en un breve paseo donde uno hablaba y otro caminaba impertérrito y sin prestar excesiva atención al interlocutor. Los detalles captados por los resúmenes televisivos han sido tan esclarecedores que importa muy poco la duración del paseo y los asuntos sobre los cuales presuntamente charlaron. Presuntamente porque -salvo los dos interesados- no lo sabe nadie, más que nada porque llevaban mascarillas puestas y en circunstancias así es imposible traducir el lenguaje de los labios. En definitiva, todo lo que se nos cuente sobre esta conversación es ya una cuestión de fe… o se  cree o no.
A estas alturas, además, importan menos todavía las explicaciones oficiales ofrecidas el martes según las cuales sí hubo reunión. El paseíllo, pues, habría sido un complemento intrascendente ofrecido a la opinión pública como aperitivo. Muy bien, si fue así, como dice la ministra, debe concederse crédito a sus palabras aunque habrá que admitir también que este episodio ha superado con holgura a los de Pepe Gotera y Otilio, unos divertidos personajes de tebeo. En fin, la historieta ofrece detalles suficientes para ser catalogada como una memorable chapuza colectiva, digna de figurar en los anales del esperpento.
En primer lugar, todo indica que ha existido cierta torpeza diplomática en la gestión de una cita entre los presidentes de dos países que son aliados pero que no siempre están de acuerdo, como pudo comprobarse en 2019 con la retirada sorpresiva de la fragata Méndez Núñez del grupo de combate estadounidense del portaviones Abraham Lincoln que, por cierto, ordenó el gobierno español. En segundo lugar, y salvo que alguien demuestre lo contrario, da la sensación de que también la hubo en la gestión de la comunicación política puesto que el resultado, en vez de realzar la figura de un presidente, produce sonrojo. Y también lo produce comprobar cómo un sector de la prensa digiere apresuradamente operaciones de imagen como esta del paseíllo sin los filtros correspondientes.