Mujeres aún más invisibles

Agencias-SPC
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Sin maridos ni hijos que puedan trabajar y llevar comida a casa, las viudas en Afganistán viven apartadas de una sociedad dominada por hombres y en un estricto régimen que las condena a la pobreza

Mujeres aún más invisibles - Foto: GHULAMULLAH HABIBI

Fátima es la mayor de cuatro viudas en una casa de 100 metros cuadrados en el estado norteño de Kandahar, a unos metros de la oficina del gobernador provincial. A ella le siguen sus nueras de 25 y 30 años, cada una con cuatro hijos, y su sobrina, que también tiene un niño a cargo. Sin maridos o descendientes varones que puedan salir a la calle a trabajar y llevar alimentos a casa, ellas son solo un ejemplo de la realidad de las viudas de Afganistán, mujeres de las que no se ocupa nadie en una sociedad dominada por hombres islamistas y con las restricciones de los talibanes condenándoles a la pobreza.

Décadas de conflicto y violencia dejaron, entre 2001 y 2021, al menos 176.000 afganos muertos, entre civiles y miembros de las fuerzas de seguridad, según el proyecto el Costo de la Guerra, y con ellos decenas de miles de familias sin sustento. Un informe de la ONU estimó en 2001, justo antes de la invasión estadounidense, que el país contaba ya con unas dos millones de viudas, aunque datos más recientes del depuesto ministro de Asuntos Sociales afgano indicaron que en 2016 había unas 500.000.

Aunque un viudo puede rehacer su vida, las mujeres tienen pocas posibilidades. La más tradicional de las opciones es casarse con un hermano del esposo para mantener los bienes y las responsabilidades dentro de la familia, aunque cada vez son más las que deciden no volver a contraer matrimonio para centrarse en sus hijos. 

Pero, sobre todo en entornos rurales, las viudas dependen de si la familia del difunto marido decide mantenerla o, en caso contrario, la abandona a su suerte, teniendo que buscarse la vida mendigando en las calles para sobrevivir.

Fátima asegura que perdió a su esposo en un bombardeo de la OTAN en Kandahar en 2001, mientras que dos de sus hijos fallecieron en diferentes incidentes, dejando a su merced a sus dos nueras. Por su parte, el esposo de la sobrina de Fátima, la cuarta viuda, desapareció cuando viajaba de la provincia de sureña de Helmand a Kandahar.

El estricto código impuesto por los talibanes las aparta por completo de la sociedad: además del estigma, deben asumir una plétora de prohibiciones que van desde el veto a la educación secundaria y universitaria, trabajar en ciertos oficios o salir sin el acompañamiento de un familiar masculino. «Antes trabajábamos en la ciudad, teníamos buenos ingresos, pero cuando llegaron los talibanes nos dijeron que no saliéramos de casa, y tuvimos que mandar a nuestros hijos a trabajar», cuenta Fátima.

Esta familia de viudas y sus nueve hijos necesitan 4.000 afganis al mes (46 euros) para pagar la renta, una cantidad cada vez más difícil de lograr. Las cuatro solían vender huevos en distintas partes de la ciudad para ganarse la vida antes de los talibanes, y con lo que ganaban les daba para comprar suficientes víveres para todos los miembros de la casa y pagar la renta. «Con el gobierno anterior, teníamos buenos ingresos y la gente pagaba el doble del precio de los huevos, pero con este, la gente tampoco puede pagar y comprar muchos», explica.

Trabajo infantil

Ahora, los niños se han convertido en su principal fuente de ingresos vendiendo huevos a 100 afganis diarios mientras sus madres a veces reciben encargos para el lavado de ropa, cuenta Fátima. 

Con el dinero que consiguen recaudar tan solo les alcanza para comprar el pan, por lo que acaban dependiendo de la solidaridad de sus vecinos, quienes en ocasiones les traen sobras de comida con carne y verduras para complementar así su dieta.

La extrema pobreza en su hogar está matando la felicidad y los sueños de sus nietos, incapaces de tener una infancia despreocupada debido a la falta de alimentos o educación. «Dicen que quieren ser médicos, estudiar en facultades, pero yo les digo que no podemos hacer estas cosas, somos pobres», lamenta la mujer.

«Es más que difícil para mí cuando veo la felicidad de los niños hablando sobre las festividades, ropa nueva (...) pero no puedo satisfacer sus deseos y les digo que no podemos celebrar las festividades religiosas, y los niños me miran a los ojos con desilusión», concluye.