Tras leer el prólogo a El cantar de Liébana, la última novela de Peridis, lo sitúo como uno de los tres prólogos que son en sí mismos toda la obra. El de Unamuno en Vida de Don Quijote y Sancho, el de Manuel Chaves en A sangre y fuego son los otros dos. Un prólogo trata de iniciar al lector en el intríngulis del libro, un anfitrión que da comienzo a su función, no un 'libro en el interior de un libro'. Pero algunos prólogos deberían ser editados aparte, son todo un libro, de ahí que compremos libros para leer su prólogo, para coleccionar prólogos en año sabático. Diré algo más arriesgado, y que he ido aprendiendo con los años de escuchárselo a mis pacientes más longevos: por momentos la vida, la historia personal, puede ser leída como un prólogo hasta que acontece de súbito un buen día un acontecimiento inesperado. Y así, el prólogo de Unamuno, que aún resuena en mi retina cuando lo escuché en aquella noche estrellada de finales de los setenta junto a la machadiana Laguna Negra, de labios de aquel sabio dirigente juvenil apodado 'Nube roja', es ese prólogo que define un modo de estar en el mundo: avanzar sin pararse a escuchar a los temerosos, seguir la estrella refulgente y sonora. Fue uno de mis lemas juveniles, arrancar la idea de quijote del secuestro de los mortecinos. A Andrés Trapiello le debo la lectura del prólogo que explica nuestra guerra civil desde la perpleja posición de quien ve insultar la inteligencia, desde las trincheras de 'los hunos o los otros'. Y ahora la lección de vida que da este prólogo de El cantar de Liébana, de mi amigo Peridis, cuando resume su quehacer febril: «A lo largo de mi vida, día tras día, he pasado muchas horas apoyado en un tablero de dibujo…para explicar con dibujos lo que no se puede explicar con palabras…no hice nada nuevo…seguí el ejemplo de aquellos clérigos artistas que se autorretrataban en la imagen más antigua conocida de un scriptorium medieval europeo». Y lo mejor estaba por llegar, cuando cita a Unamuno: «¿Qué puede competir con el arroyo de nuestra aldea natal, con aquel que bajaba cantando junto a nuestra cuna y brezó nuestros sueños de la infancia?». Prólogos así iluminan y nos hacen mejores.