Editorial

Lo de Luis Rubiales solo es una falta «grave» para el Tribunal del Deporte

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El Gobierno confiaba en que el TAD considerase «muy grave» el comportamiento de Luis Rubiales en la final del Mundial femenino de fútbol que ganó España, ya que de esa forma el Consejo Superior de Deportes podría apartarlo del cargo de manera inmediata. Apelaba este a la Ley del 90 alegando que el beso en la boca de Rubiales a la jugadora Jenni Hermoso debía ser considerado un abuso de poder, al ocupar el primero el máximo cargo del fútbol profesional en nuestro país. También se refería a los gestos obscenos e indecorosos en el palco, con la Reina y la Infanta a escasos metros de distancia. El Tribunal Administrativo del Deporte ha sido más tibio en su resolución de lo que esperaba el Ejecutivo y le ha dejado con las manos atadas, al menos para suspenderle, como ya hizo la FIFA durante noventa días. Que la ley está para cumplirse, es algo evidente y no cabe contestación, pero cuando deja sin capacidad de actuación a un organismo como el CSD, cuesta aceptarlo. De hecho, el ministro Iceta solicitó el mismo viernes al Tribunal del Deporte una medida de suspensión cautelar, en tanto este resuelve sobre el fondo del caso y aplica a Rubiales las sanciones definitivas.

La crisis sigue abierta y el mundo sigue mirando con lupa a España, no por la calidad del juego de su selección, que quedó harto demostrada hace solo unas semanas, sino por comportamientos indecorosos e impropios de un dirigente como el presidente de la RFEF y por las reacciones de los órganos que han de pararle los pies. Puede que ese beso en la boca a una jugadora no sea abuso de poder, puede que se deba a la euforia del triunfo, puede que tenga más que ver con el machismo y el paternalismo imperantes en ciertos niveles del deporte patrio, que siguen situando a las mujeres en un segundo plano pese a su profesionalidad, que con la voluntad expresa de acometer una agresión sexual, pero aún así, es de todo punto inadmisible. Social, deportiva y políticamente hablando.

Hay muchas maneras de celebrar, de compartir el triunfo, de felicitar a las futbolistas, de demostrar orgullo por su buen hacer y ninguna de ellas puede ser la que escogió Rubiales. Ni en el caso del beso, ni en el de tocarse los genitales en público. Un dirigente tiene que saber estar en todo momento y en todo lugar, más si cabe cuando lo que está en juego es un título mundial. De haber observado un comportamiento normal, solo se habría hablado de las campeonas mundiales, del buen fútbol español y de la conveniencia de incrementar los apoyos. Por desgracia, Rubiales ha copado muchos más titulares y se mantiene en sus trece de víctima de una persecución. Otros, como el seleccionador absoluto masculino, han pedido perdón por aplaudirle cuando se defendió en la asamblea de la RFEF, aunque quizá todo vaya mucho más allá de un problema de formas y saber estar.