La alegría es una emoción positiva. Es la sensación agradable que nos hace estar contentos, de buen humor, con ganas de sonreír y de pasarlo bien. Pero también es un bien escaso y un estado de ánimo fugaz, sobre todo cuando la basamos en la consecución de unos objetivos materialistas a corto plazo. La alegría prolongada en el tiempo no es otra cosa que la felicidad. ¿Cómo hacer que eso ocurra? ¿Tan difícil es? 
Algunas de las claves más importantes, según apuntan los expertos, pueden ser: cultivar los buenos pensamientos, huir de la envidia, cultivar la capacidad de reír, mantener esperanzas con fundamento y alejarnos de las preocupaciones en la medida de lo posible. 
También el esfuerzo por aprender cosas nuevas y ayudar al que lo necesita favorece la conservación de un magnífico estado de ánimo. Son innumerables los beneficios de la alegría en nuestra salud: aumenta la vida media, disminuye el estrés, mejora el sistema inmune, el sueño, la autoestima…
La medicina tradicional china sitúa en el corazón y en su correspondiente meridiano o trayecto energético la emoción de la alegría, que puede estar en equilibrio o bien en situación de disminución o exceso, pudiendo medirla y regularla.
Está claro que el ser humano dice buscar siempre la alegría, aunque a veces no lo haga del modo adecuado, pues como escribió Dostoyevski: «El hombre se complace en enumerar sus pesares, pero no sus alegrías».
¿Qué esperamos para escoger el camino de la alegría? Este mundo necesita personas adictas a la alegría, no por ello sin sufrimientos o penas, pero que saben hacer de ellos un trampolín de crecimiento personal. Hay muchos instantes de alegría en la vida, algunos de los cuales nos pasan casi desapercibidos porque no se corresponden con grandes acontecimientos. La alegría de acoger una nueva vida, de cuidar la existente, de luchar por la justicia, de defender los derechos de los necesitados, son algunos de ellos.