Nació en 1961 en la capital palentina y, entre sus primeros recuerdos, figura el de las clases que recibía en una casa particular cuando era muy niña, antes de iniciar su etapa de escolarización. Allí aprendió los rudimentos de la lectura que luego desarrollaría y ampliaría con otros muchos conocimientos en el colegio Tello Téllez -«entonces se llamaba María de Molina y era una de las anejas de Magisterio, solo de niñas; había otra para niños», rememora-.

No era especialmente estudiosa, aunque algunas clases como la de Ciencias Sociales, en las que la profesora promovía debates y mantenía a sus alumnos muy despiertos, sí le interesaban. Lo que de verdad le gustaba era la Educación Física y la práctica del baloncesto. «Recuerdo que hacía ballet clásico y atletismo hasta que un día mi padre me dio a elegir; supongo que pensaba que iba a escoger lo primero, pero me decanté por lo segundo», apostilla.

En su memoria de infancia también está muy presente la relación con su hermano mayor, Chema, con el que no se lleva mucho más de un año -«éramos uña y carne y siempre estábamos juntos; con César, el pequeño, que llegó once años después las cosas eran distintas, había mucho cariño pero no la misma complicidad»- y los fines de semana y los veranos en la finca de sus tíos con todos los primos, pero si hay un recuerdo especialmente significativo, que sigue acompañándola y, en ocasiones, sosteniéndole el ánimo, ese es el de las vacaciones en Loredo.

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