Antonio Pérez Henares

LA MAREA

Antonio Pérez Henares

Escritor y periodista. Analista político


Niños violadores

18/04/2023

No hay día ya que falte en las noticias la de un grupo de menores protagonizando una atrocidad sexual. Manadas de cachorros humanos convertidos en terribles predadores de víctimas igualmente infantiles. La pieza informativa suele concluir en que, como mucho, a algunos los internaran en un centro para menores al no haber cumplido los 18 años y los otros no tendrán que responder de nada pues son "inimputables" o sea, impunes, al no haber cumplido los 14.

La cuestión, a tenor de la realidad contumaz de los hechos, es que los legisladores deberían hacer algo al respecto, y que por favor no sea una Montero o algún otro delirante, es algo perentorio pero al tiempo necesariamente a estudiar en profundidad y con enorme cuidado jurídico.

Pero en estos últimos cinco años nada se ha hecho y ni siquiera ha entrado en las preocupaciones de nuestro gobierno. Doy esta fecha de cinco años porque es precisamente el tramo de tiempo donde este tipo de actos se ha multiplicado de manera acelerada. En este lustro y en general los delitos por violencia sexual se han incrementado fuertemente y de manera generalizada. ¿No habría que pensar algo por parte del gobierno que presume de ser el más feminista de la historia y de la humanidad en cuanto a sus resultados?. Y donde ha sido verdaderamente atroz ha sido en los protagonizados por menores contra menores. Se han multiplicado por cinco. Las cifras dan verdadero pavor.

Aparecen de inmediato en las pantallas los "expertos". Ahora el mantra es que ver pornografía de manera habitual a través de internet es la causa. Y algo tendrá que ver con ello, sin duda. Pero eso es coger el rábano por una sola hoja, que así sí que no se arranca ni de coña. Nadie parece querer entrar en los fondos, porque nadie parece querer asumir que lo que subyace en él es un terrible fracaso educacional, de valores y de principios.

Una deriva en la cual se ha mal educado y viciado en la permisividad absoluta de cualquier comportamiento, el más me des que más me merezco, arrasar con la cultura del esfuerzo y el trabajo, merecedor de premio solo entonces y que ha sido sustituida por de todos los derechos tengo y deberes ninguno.

Todo ello tanto en el núcleo familiar como en los centros de enseñanza. En ambos casos se ha extendido como la más extensa y nociva mancha de chapapote el que padre y maestro quedan en mismo e incluso inferior plano que el hijo y alumno, la autoridad se entienda como perversa dictadura y la disciplina como horrible represión.

En suma, valores esenciales presentes en el desarrollo de la humanidad como piedra angular de su trasmisión y desarrollo han sido subvertidos y convertidos en pecados nefandos. Ese el el medio ambiente social generalizado y jaleado por los autoconsiderados adalides del progreso en que se están criando los cachorros humanos. Si se añaden los dislates de enseñanzas sexuales "avanzadas" a niños que acaban de dejar la teta, estamos ya en un caldo de cultivo, y si con el móvil, el internet y todas las redes al alcance de manera incontrolable, que está dando lugar a este exponencial incremento de pequeños monstruitos, que en manada (poco oigo en este caso el griterío de aquella de Pamplona) atacan, agreden y violan a sus compañeras de iguales o parecidas edades. A niños violadores, protegidos e impunes.

Se pone el acento, y hay que ponerlo siempre con independencia de estos desastres, en la protección del menor. En todos los aspectos y en todas las leyes. Pero es preciso contestar y poner remedio también a las demandas siguientes ¿Y como protegemos a los menores de esos otros menores? ¿O incluso quien protege, que ya estamos entrando en otra espiral parecida, a padres y maestros, de tales menores? Y desde luego ¿cómo logramos proteger a estos propios menores de ellos mismos y enderezamos ese rumbo que nuestra sociedad ya no es que haya perdido, sino que camina en dirección contraría?

Lo que no puede es continuarse en la inacción, ni mirar para otro lado, ni dejar que la mancha se extienda ni que la sensación de impunidad, que es real, persista, ni que sigamos empeñándonos por sectarismo ideológico en alimentar cada vez más al monstruo.