En el Cerrato existe la pista da saltos de caballos más grande Castilla y León. Javier San José y Carla Alonso tenían una yeguada en Zaratán (Valladolid), pero en abril de 2007 decidieron instalarse en Valoria la Buena, bajo la denominación Yeguada Valdelamadre.
Adquieren y crían caballos, preparan para saltos deportivos a equinos propios y ajenos, albergan caballos en régimen de pupilaje (les cuidan y mantienen y los propietarios van cuando quieren a verlos y montarlos).
Poseen una escuela de monta, y durante varios años organizaron Valdelamadre Tour, un circuito compuesto por media docena de concursos de salto, desarrollados cada uno durante dos o tres días en primavera, verano y otoño. De categoría nacional de dos estrellas, con sus correspondientes clasificaciones, estaban regidos por la Federación Nacional de Hípica, a quien había que pagar las correspondientes licencias, además de una inscripción y un alquiler del box para la estancia de los animales.
VALDELAMADRE, LOS CAÑOS…Y LAS BURRAS DE ROYUELAOrganizan, asimismo, concursos sociales, de un solo día, sin relación con la Federación y destinados principalmente a que los habitantes de las localidades cercanas pudieran probar la calidad de sus porros para el salto.
Con 7.000 metros cuadrados, constituye la pista más grande de Castilla y León, y de gran calidad, al estar confeccionada de fibra y arena de sílice.
En Antigüedad está el centro Los Caños, con una veintena de burros zamoranos, una de las razas más cualificadas de asnos.
VALDELAMADRE, LOS CAÑOS…Y LAS BURRAS DE ROYUELALuis Cantero es el promotor y propietario. Comenzó con un macho y cuatro hembras y ellos mismos se reprodujeron. Entre sus actividades está organizar rutas campestres monte a través, por los enebros de la zona, de algo más de una hora de duración.
También participar en las ferias y fiestas (patronales, Navidad, etc.) de las localidades que les contraten para montar y pasear a los niños. Como actividades más exóticas, llevar a la novia en algunas bodas.
Las burras de Royuela
Pero para anecdótico, relacionado con pollinos, lo que hacían en Royuela de Río Franco (Cerrato burgalés), Rodrigo González y Victorino López, durante las fiestas patronales (29 de junio, San Pedro).
Cogían mulas de alguna cuadra y las llevaban a la plaza del pueblo fingiendo ante los forasteros ser tratantes de ganado. A veces, los guardias civiles que acompañaban a las fuerzas vivas a la misa en honor a San Pedro advertían: «a ver si esos la mangan mientras estamos en misa», pero el alcalde les tranquilizaba: «son chicos del pueblo, que les gusta la juerga».
En una ocasión le ofrecieron una mula a un forastero, pero no la quiso por ser muy cara. «No se preocupe, le traemos otra más barata», le respondieron. Fueron a otra cuadra y cogieron otra burra, pero al forastero tampoco le gustó porque se movía poco y parecía muy vaga. De nuevo, le respondieron que tenían más, y así hasta dar con una burra que le gustó. Después de escenificar el trato, confesaron que todo era una broma y que la burra era de un vecino cómplice que les había permitido engatusar a los forasteros.
En otra ocasión le vendieron una mula a un churrero, y este pidió la guía veterinaria para conocer la procedencia del animal y quién era su propietario, pues temía que fuese robada y que después de pagarla se quedara sin ella. Don Bernabé, el veterinario del pueblo, que era amigo de la familia de Rodrigo, les hizo una guía falsa poniendo que la mula había nacido en Villaconancio y, posteriormente, adquirida comprada en Tariego.
El churrero, convencido ya, montó en la mula y esta salió corriendo hacia su cuadra, mientras los falsos tratantes le decían «trótala un poco, trótala». Pero el animal continuó su querencia y su asustado jinete casi se mata al estrellarse contra el cargadero de la puerta de la cuadra. Esa querencia de la mula le hizo ver al churrero de quién era realmente la mula.
Estos bromistas después de reír la gracia siempre devolvían el dinero al incauto comprador y los animales a sus dueños, con cuya complicidad contaban previamente.
En otra ocasión, también en fiestas, utilizaron a los burros de otra forma: simularon ser los típicos húngaros. Hicieron una carroza tirada por una reata de media docena de burros, y detrás un chico (Bene) de rodillas, vestido de mona y bailando como si fuera la mona que tradicionalmente llevaban los húngaros por los pueblos.
El resto de los chicos de la cuadrilla también caracterizados con vestimenta y complementos propios de los húngaros: bolsos, un perro sujeto con una cuerda, pichones colgados del carro…, parando cada poco para que la mona bailara mientras otro tocaba la pandereta; otro chico (Urbano) haciendo de estañador con un aparato de estañar; otro con unas gafas de juguete, un abrigo roto y un bombín poniéndose de rodillas delante de la reata, etc.