OPINIÓN.- Francisco Javier de la Plaza Santiago, nacido en San Mamés de Campos, a tres kilómetros de Carrión de los Condes, el año 1938, acaba de recibir sepultura en el cementerio de Valladolid la víspera de San Isidro de este año, a los 84 años de edad. Con él se ha ido un incalculable bagaje de conocimientos histórico-artísticos y de sentimientos reales y cinematográficos, acumulados a lo largo de su fecunda existencia y tras ser repartidos con impagable             generosidad.
Su padre Ángel de la Plaza Bores, natural de Castrillejo de la Olma, también en el alfoz de Carrión, tras nacer en 1895 estudió el bachillerato en el Centro de San Isidoro de Palencia. Ingresó en el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos en 1922, ejerciendo entre 1930 y 1934 como director del Archivo General de Simancas, hasta que durante un periodo en que hubo de residir en Valladolid (Archivo de la Delegación de Hacienda), regresó al castillo de Simancas, falleciendo en Valladolid en 1976. Su hija mayor, Ascensión de la Plaza Santiago, nació en San Mamés el año 1926 y siguió fielmente la senda de su padre, dirigiendo también el Archivo de Simancas desde 1986 hasta su jubilación en 1991. Falleció en Valladolid el año 2008. 
Francisco Javier, tuvo parecidas pretensiones de dominar al máximo el conocimiento de sus disciplinas científicas, en este caso las Bellas Artes. Llegó a Murcia para desempeñar, en la universidad, el papel de catedrático de arte. Con el carácter didáctico de sus explicaciones y la eficaz manera de exponer la sensibilidad que se desprendía de los objetos estudiados, convirtió las suyas en verdaderas clases magistrales a las que a veces concurrían más alumnos de los matriculados. Ese atractivo convertía en exitosas todas sus conferencias, difundidas por doquier.
Cuando se traslada a Valladolid a finales de los 70, lo hace con el afán de incorporarse a una nueva materia: la Historia y Estética del Cine que, a rebufo de la SEMINCI (1956), se había fundado en 1962, siendo la primera de Europa (existía, solo desde tres años antes, la de Pisa). En el año 1982, Francisco Javier fue nombrado director de dicha cátedra, en la que trabajó hasta su jubilación en 2008, promoviendo cursillos, cursos internacionales de verano, sesiones de cine fórum, publicación de revista especializada, ensayos sobre el cine, etc. 
No se prodigó en publicaciones propias, pero animó, inspiró y dirigió muchas de las realizadas por sus numerosísimos y apasionados alumnos, con los que siempre adoptó una postura de igualdad e interés. De las más importantes de las suyas, merecen citarse, por primicia, interés y originalidad: Investigaciones sobre el Palacio Real Nuevo de Madrid, con el que el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid dio a conocer en 1975 su trabajo de 466 páginas, solamente equiparable al que se había realizado sobre el Monasterio de El Escorial. Con el profesor Juan José Martín González realizó la 2ª parte del Catálogo Monumental de la Provincia de Valladolid, Tomo XIV, que trataba sobre Conventos y Seminarios, editado por la Diputación en 1987. Se encargó del tomo VII de la Historia del Arte de Castilla y León con el título: Del neoclasicismo al modernismo, Ed. Ámbito, 1994. 
Su maestría y conocimientos fueron reconocidos por las Instituciones: fue nombrado académico de la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid. Sin embargo, su generosidad le inclinaba a colaborar con entidades, asociaciones y personas que demandaban su ayuda y valiosa colaboración. Tal era la participación en los concursos de pintura en los que solía presidir los jurados nombrados al afecto. Así actuó, mientras pudo, en el convocado por ACOR anualmente. También lo hizo en la Fundación Díaz-Caneja cuando se convocaban los premios del titular. Las arduas decisiones, además de las cuestiones técnicas, tenían en cuenta aspectos estéticos e influencias históricas, que podían destacar ciertas originalidades. Ese era el momento en que el profesor aportaba todo su conocimiento del arte moderno y daba consistencia a las opiniones del resto del jurado. Lo hacía con tanta sabiduría como modestia, de tal manera que, la generosa perseverancia con que se dedicaba en la mayoría de las sesiones en las que actué como secretario, su presencia sirvió para considerar satisfecha la labor, que nunca duraba menos de tres horas.
La implacable ceguera que fue obstruyendo la vista en sus últimos años, acabó su fecunda vida en el estudio y disfrute del arte, en un fundido en negro, como en tantas películas que visionó y analizó. Sirvan estas letras para recordar a este palentino destacado en el mundo de la cultura, el profesor Francisco Javier de la Plaza Santiago, «Paco Plaza» para los amigos.