«La mía ha sido una vida de servicio muy gratificante»

Carmen Centeno
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Conoce a fondo buena parte de la provincia, no en vano siempre ha sido un párroco rural -«y a mucha honra»-, con un gran número de destinos, sobre todo en el norte. Ha sido muy feliz porque era su vocación

«La mía ha sido una vida de servicio muy gratificante» - Foto: Sara Muniosguren

Ovidio Delgado Báscones nació en Colmenares de Ojeda el 2 de junio de 1936 y a sus casi 88 años conserva una excelente salud y una memoria envidiable, por las que muchos firmarían sin dudar. Él no le da demasiada importancia, aunque agradece los dones recibidos, como el de su amor a la música y la acusada vocación de servicio que desde joven le ha acompañado. 

En cuanto a su carácter positivo, su buen humor y la manera de afrontar cada momento, situación y circunstancia con naturalidad y valentía, matiza que tiene, como casi todo el mundo, dos caras. «En la Iglesia, tanto en los sermones como en las pláticas, soy muy serio, pero después soy alegre, hablador y se me dan bien las relaciones sociales porque soy capaz de sacar adelante cualquier     conversación». 

A esto se une su gusto musical. «Cuando estaba en el seminario siempre sacaba buenas notas, se me daba bien y, aunque tengo la voz demasiado fuerte, sé música y canto bien; de hecho durante todos mis años de seminarista, pertenecí a la Schola», apostilla.

Tanto es así, que en todos los pueblos en los que ha sido párroco ha formado un coro femenino, de manera que todos los domingos las misas en aquellos lugares eran cantadas. 
Era otra vía de servicio, de colaboración y de apuesta decidida por unas comunidades en las que primaban las buenas relaciones. «El canto me ha ayudado mucho», asevera Ovidio Delgado.

VIVENCIAS QUE MARCAN

Nuestro protagonista nació en una familia de labradores y nunca padeció necesidades ni durante la guerra ni en la larga posguerra. Y eso que eran once bocas a alimentar. 

«Vivíamos mis padres, ocho hermanos -yo era el sexto- y la abuela paterna.  Recuerdo que los de mi infancia fueron los años mejores; mi casa estaba al lado del río y tenía un patio largo y allí jugábamos mi hermano dos años menor y yo. Además, la mía era una familia muy unida, como, en general, todas las del pueblo, y cuando surgía algún problema o alguien lo pasaba un poco peor, se solventaba con la ayuda de los vecinos», rememora. La producción de patatas y trigo y los animales domésticos contribuían a ese cierto bienestar. 
«Circulaba poco dinero, la verdad, pero estábamos bien alimentados y vestidos y no sufríamos carencias», añade. 

En cuanto a su formación, recuerda que empezó a ir a la escuela -unitaria y mixta- cuando tenía seis años. «No era un edificio como tal, sino que las clases se impartían en  una sala del Ayuntamiento, donde también se celebraban las reuniones vecinales, y un solo maestro se ocupaba de todos nosotros», explica. Dice también que lo primero que hacían al llegar era rezar e izar la bandera, que sacaban por la ventana de aquel primer piso, además de cantar el Cara al sol. 

«La guerra civil estaba reciente y en las casas se hablaba de lo duro que había sido  ya que quien más quien menos había tenido a alguien luchando o lo había perdido». Es uno de sus primeros recuerdos, junto con el del amor que se respiraba en casa, los juegos con su hermano y las enseñanzas escolares. Y a estos se suma el de las buenas relaciones de las gentes de Colmenares de Ojeda y esa solidaridad que brotaba cuando hacía falta, sin necesidad de campañas específicas.

«También se me quedó grabado, y de muy buena forma, el hecho de que los domingos pasáramos todos los niños por la escuela y fuéramos juntos a misa, acompañados por el maestro», señala.

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